La verdad es que esta historia, si así se puede considerar lo que va a desparramarse líneas abajo, no se corresponde con ninguna relevante Hégira. Tampoco trata de masivos desplazamientos tribales. No hay hordas. No es un Éxodo de donde sacar una película. Ni siquiera llega a parecerse al barco fantasma de «Lord Jim», de Joseph Conrad.
Y no va de pateras.
¿Entonces?
Fácil.
Pretendo evidenciar la sutil sangría que se está produciendo en nuestras tierras y no precisamente por mor de batallas de reconquistas granadinas ni de moriscas expulsiones.
Simplemente, «entre todos la mataron y ella, sola, se murió».
Nos estamos muriendo.
Quiero homenajear con este escrito a la población que, en esta época de paz, tiene que tomar las de Villadiego o como se llame el pueblo donde aparcarán sus historias.
Ya escribí algo sobre la saga-fuga de mi hermana Mari-Carmen que desde el convento de clausura (¿os suena esta palabra?) pululó por las Islas Británicas hasta recalar en Cambridge donde vivió plenamente la intolerancia cortés de allí, reprodújose y finalmente falleció. Honor y gloria a ella y suerte a su prole, hoy en trance de Brexit y virus…
Debo destacar a mi amigo José Ramón, atleta frustrado por la emigración, químico de profesión, pionero, padre de hijos habidos cerca del Círculo Polar.
Del norte viene anualmente a esta nuestra patria siempre hostil para la economía del paisanaje autóctono.
Me habla de su docencia, de las ventajas sociales, de los paisajes magníficos. Me presenta a la siempre sonriente esposa pero yo adivino el permafrost que anida en su alma. Bajo su curtida piel de Bañugues bulle un toro hispano al que continuamente desbravan con la pulla de la frialdad noruega. Mi amigo está triste. Vive allí mejor, pero triste, insisto.
Le entrenaba yo al igual que a Luque, otro atleta que compatibilizaba las carreras de campo a través con los recorridos a lomos de su vehículo en calidad de trabajador autónomo. Esta labor suele llevar añadida una maldición: la de Hacienda.
Esclavo en su tierra, tiene un hijo que debió marchar para abrirse porvenir… ¿sabéis dónde?
¡Australia!
No veas lo diferente que es el concepto vital de los antípodas si lo comparas con el jolgorio asturiano de chigre, sidrina, Danza Prima y mil fiestas patronales cada dos por tres: «Cristo», «Sardina…»
Bueno, él volvió incólume y aquí anda ocupado, a Dios gracias.
No así una serie de científicos; aparceros de vendimia; aventureros de selvas asiáticas (el comprometido Frank de la Jungla, en su propia selva personal familiar y con la salud atacada por una cruel enfermedad); alumnos de intercambio que optan por terminar montando un chiringuito en África, actuando de guías en safaris con olor a porro de Vallecas…
Os pregunto.
¿Os suena el nombre de Mariano Barbacid?
Era ese científico que marchó fuera a investigar sobre el cáncer. Aquí, en España, estábamos a «otra cosa, mariposa» en cuanto a I+D se refiere.
Así nos va en esta pandemia.
¿Y Pedro Duque, el astronauta?
¡Ese sí, porque es ministro de algo y sale en los programas del Gran Wyoming…!
Dejó los paseos espaciales por el coso parlamentario donde le van al degüello por menos que canta un virus…
Sí, abuso de los puntos suspensivos porque en este momento este país está suspendido de los frágiles hilos de la parca quien, armada de tijeras, va cortando aquí y allá. Puntos suspensivos que terminan cayendo en morgues de hielo de pabellones deportivos. Puntos que tienden al Infinito…»País de irás y no volverás».
En suspenso la economía con minúscula, la del pan con cosas en el diario mantel.
Duro va a ser que se integren en no se sabé qué lugar nuestros jóvenes mejor preparados al decir de la propaganda oficial institucional. Doctores y licenciados son pero no aguantan una jornada de sol a sol en invernaderos ni en huertos. No hay querencia por cuidar dehesas ni intención de patear terruños o encharcarse en arrozales. Esos temas no son virtuales. El dígito del pie lo tienen bien calzado.
Se precisan los hortelanos que se fueron a la obra (hasta que se rompió la burbuja inmobiliaria), al paro o a los bares europeos a servir copas.
Ahora los muy ancianos emigran forzosamente hacia Otromundo; los menos huyen de los geriátricos creando un problema adicional a las familias de origen; los cincuentones siguen los lunes y, el resto de la semana, al sol; los subempleados, chamarileros y traficantes de ilusiones, sin cotización al Fisco, perdidos entre la lancha rápida y el matorral montaraz; algunos laboran, interconectados, en casa; los sanitarios con una alargada sombra negra detrás; los curas, mudos; los políticos deslenguados, despellejándose; los jóvenes, tele-estudiando… videojuegos; los niños, pocos, agazapados tras consignas bienintencionadas, series ñoñas y aplausos a las ocho; los no-natos, en el Limbo: ahí quedarán salvo despiste o fallo de fabricación en el preservativo, si es chino…
Puntos suspensivos para un país que emigra de sí mismo, donde hasta el rey debe asegurarse que su vieja estirpe no le juegue malas pasadas por no recuerdo qué líos de representación en Arabia y por dianas en cacerías que nunca volverán a ocurrir…
«De todas las historias de la Historia la más triste es la de España, porque termina mal…» Leed «Apología y petición» de Jaime Gil de Biedma. Ese poema está vigente en la actualidad telediaria.
Esto no es una migración. No sé si es implosión o estallido. La gente tampoco lo sabe.
¿Por dónde salir?
¿En qué zulo meterse?
Cuando abran fronteras, no contéis los muertos de cuerpo sino los de espíritu, los que han emigrado en mente, los que van a dejar la «España despoblada» o la llamada «España vacía» en el más puro desierto, helado el corazón, secos los pulmones, vidriosos los ojos de llorar sin haber visto a los que se fueron en soledad.
Aun sin fuerzas, levantando no el puño sino el ánimo, volved a cantar «Resistiré» o «Andaluces de Jaén»
Arado en mano.
Estilográfica cargada.
Bisturí en ristre.
Y volvamos a nosotros mismos
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