En uno de mis acostumbrados y frecuentes desplazamientos por razones académicas tuve la oportunidad visitar México y la amabilidad de su gente que contrasta con el infierno a que lo subyuga el narcotráfico. En esa oportunidad pude visitar las pirámides de Teotihuacán, (que en lengua azteca significa “lugar de los dioses” o “lugar donde te conviertes en dios”) que en 1987 fuera declarada Patrimonio mundial de la humanidad por la UNESCO, a este complejo se accede fácilmente desde la terminal de buses en ciudad de México, debo decir que las medidas de seguridad de esta terminal son bastante similares a las de los aeropuertos, eso significa que el viaje en apariencia implica cierto riesgo. Una vez adentro del bus se hace una parada de rutina de seguridad consistente en el ascenso de un oficial munido de una cámara filmadora que filma a todos los pasajeros para luego permitir que siga su recorrido hacia Teotihuacán. Luego de un trayecto de unos 45 minutos, aproximadamente, se llega al complejo y somos recibidos muy amablemente por un agente del complejo que informa que cada 30 minutos dispondremos de buses para la vuelta a la terminal en la ciudad.
Al descender de los buses se tiene la sensación de haber llegado a un complejo comercial. Pero en realidad es una zona arqueológica, aunque prefiero llamarla complejo piramidal. Este complejo piramidal es una de las zonas arqueológicas más visitadas del mundo, casi 2.000.000 de personas la visitan cada año y recibe turistas los 365 días año, pero particularmente durante los equinoccios de primavera y otoño por el sentido ritual de esas fechas.
En la entrada puede encontrarse con algunos guías turísticos que ofrecen sus servicios consistentes en un recorrido guiado y explicado por el complejo de las pirámides. Una vez traspuesto el umbral se puede encontrar pequeños comercios que ofrecen recuerdos y souvenirs tanto de México (sombreros campesinos y de mariachis) como de las propias pirámides (replicas hechas en diferentes tipos de piedras). En la parte superior de este pequeño sector comercial se encuentra un comedor que ofrece una variopinta carta de comidas típicas mexicanas que se puede degustar de frente a la privilegiada e imponente panorámica de la pirámide del sol.
Subir a las pirámides puede ser una tarea digna de un alpinista y muy riesgosa puesto que el ascenso y descenso debe hacerse por las piedras exteriores de las pirámides que muchas veces no son precisamente escalinatas, y no cuentan con un barral para agarrarse, ni protección alguna. Sin dudas es un verdadero milagro de las deidades teotihuacanas (o prudencia y agilidad de los visitantes) que no haya sucedido un accidente fatal hasta el momento.
A diferencia de las pirámides egipcias las de Teotihuacán no eran utilizadas como sarcófagos gigantes sino para rituales sacrificiales, lo que sí es una coincidencia es que con dichas construcciones ambas civilizaciones tenían una adoración al dios sol (o dios del fuego), de modo que las pirámides eran un medio de conexión con sus deidades. Contrariamente a lo que podría pensarse la pirámide del sol estaba dedicada al dios azteca de la lluvia
Recomendaciones: si visitará en verano (como el autor de estas líneas) lleve un sombrero, porque el predio es bastante amplio y recorrerlo bajo el dios sol puede ser algo incómodo para quienes no están acostumbrados a un sol tan fuerte. Pero, si no lo llevó, en el mismo complejo se puede comprar alguno de los tantos modelos de sombrero mexicano por unos pocos pesos y traérselo de recuerdo.
Casi sin darse cuenta, el visitante se encuentra sumergido en los senderos que llevan de una pirámide a otra, y así inadvertidamente puede llegar al museo (Museo de Sitio Teotihuacán) del complejo ubicado discretamente por una calle lateral como si quisiera ocultarse para resguardar los tesoros arqueológicos que allí se conservan de los pueblos prehispánicos que habitaron la zona y construyeron las pirámides.
Existen dos pirámides principales, la del sol y la de la luna. La pirámide principal es la dedicada al dios sol, y cuenta con 247 escalones y 66 metros de altura hasta la cúspide que requieren buena condición física para subirlos pues el ángulo de la pendiente complica el ascenso. Una investigación difundida por una página web de la UNAM[1]
(Universidad Nacional Autónoma de México) revela que las pirámides de Mesoamérica están dispuestas según calendarios de hace más de 3.000 años. Por lo tanto se supone que este sitio arqueológico posee una antigüedad de 4.500 años.
Esta coincidencia calendárica puede observarse en la pirámide de Chichen Itzá, y se explica por los 91 escalones que multiplicados por los cuatro lados de la pirámide dan 365 contando la plataforma de la cúspide. En esta pirámide se produce el fenómeno del descenso de la serpiente Kukulcán (o serpiente emplumada) cada 21 de marzo, este y otros fenómenos astrofísicos son explicados por los investigadores.
La gran ciudad de Teotihuacán, a la que los aztecas consideraron el origen del mundo y que había sido construida por los dioses, tiene aproximadamente 20 kilómetros cuadrados que aún no se exploraron en su totalidad y solo se trabajó el 10 % de esta superficie. Con los nuevos descubrimientos arqueológicos, como el dios del fuego depositado en el centro mismo de la pirámide del sol, no resultaría extraño que se llegare a la conclusión de que la pirámide no fue dedicada al dios del sol (como se pensaba hasta ese momento), sino al dios del fuego. Esto tendría que ver con la proximidad de un volcán (los artesanos de la zona realizan objetos con piedra volcánica, mayormente réplicas de las pirámides y mascaras), pues de este modo se presume que los teotihuacanos intentarían apaciguar la ira de su dios del fuego. No se debe olvidar que el hecho de que esta escultura del dios del fuego se encuentre en el centro de la pirámide implica que esta deidad estaba en el centro del universo mismo, puesto que la pirámide era el centro de todo para los teotihuacanos.
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