«…Y en esa calle de estío,
calle perdida,
dejó un pedazo de vida,
y se marchó…» (Naranjo en flor; Roberto Goyeneche.)
Ese barco cargado de sueños, de valijas medias vacías con significados de medio lleno. De panzas hinchadas de ilusión, de lágrimas que florecían con hambre de convertirse en risa de esperanzas. Lágrimas en mejillas que aterrizaron en calles sin idiomas, de costumbres construidas. Hoy nos heredan esa mezcla de nostalgia y de extrema valentía de acercarnos a lo desconocido. Nos trasladaron la costumbre de pensar dos veces antes de arriesgarnos y de atravesar las tormentas porque quizás, ¿quien sabe?, del otro lado siempre habrá más. Algunos les llamamos abuelos, esos que vienen de la vieja Italia, abuelos de aquellos recuerdos, los que guardan las fotos en la memoria habitadas por recuerdos…
Quizás en sus planes no estaba comer dulce de leche, luchar contra costumbres de un país que no habitaron, el trabajo a temprana edad que no eligieron y escuchar tango. Quizás las tostadas con manteca, el mate y los asados estaban muy lejos de sus planes…
Son esos, que hoy llamamos abuelos. Que se acostumbraron a las costumbres Argentinas, a echar nuevas raíces. De esos que portan apellidos con acento extraño, de los que tuvieron que perder para encontrar, y construirse de nuevo… por que, como dice el tango: «Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento», y ojalá el tango no tenga razón… y ojalá no lo tengamos que saber de nuevo.
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