Hoy he vuelto a Lanzhou, la cara que ha puesto mi madre se me quedará grabada en la memoria para siempre. No he querido avisarla de mi viaje, pues hubiese estropeado la sorpresa. Han pasado algunos años sin vernos y ya era hora de que conociera en persona a su nieta. Se llama Jia Li en honor a ella, pues se parece mucho en su forma de ser, valiente y honrada. Se ha alegrado mucho de volver a ver a mi mujer, le cogió cariño nada más conocerla a pesar de ser de una cultura diferente. Es una pena que mi padre sólo haya podido conocer a su nieta por fotos y llamadas telefónicas. Nos hubiese gustado venir a verlos antes, pero la economía no lo permite.
Mis padres nacieron en el poblado Hongliuwan, perteneciente al condado Akasay, en Jiuquan. Decidieron ir a vivir a Lanzhou al nacer yo; para que así pudiese tener un futuro más prometedor, pues tendría más oportunidades de estudio y trabajo.
Estudié en la universidad y me licencié gracias al trabajo duro de mi padre.
Siempre fue un hombre sabio y brillante. Un referente de vida para mí. Y aunque fue criado en un ambiente hostil, en el que su madre valía poco menos que un cero a la izquierda para su padre. Él siempre trató a mi madre con el mayor respeto y amor que jamás he visto en nadie. Aún recuerdo como admiraba la belleza de mi madre que aún a pesar de su edad conserva. Nunca he visto tanta devoción y tanta fe en nadie. Por eso cuando mi madre le contó su anhelo de salir del poblado, no lo pensó ni un ápice; recogió los pocos enseres que tenían y partieron a por un futuro mejor para mí.
Recuerdo que nunca le llamé papá, siempre lo llamaba por su nombre, Ming. Supongo que al escuchárselo llamar a mi madre, no me lo planteé jamás y ellos nunca me corrigieron, imagino que no sería algo a lo que ellos dieran importancia.
Lo echo de menos muchísimo. Y ahora al volver a casa…al sentir el aroma de mi infancia y ver a mi madre…esos ojos amorosos que observan a mi hija con ternura. Esa misma mirada con la que me observaba atenta y callada cuando le contaba mis días en la universidad. Ahora afloran recuerdos que creía olvidados.
Yo siempre intenté esforzarme todo lo que pude, pues entendía que ellos habían hecho un esfuerzo enorme para que no me faltara de nada y para que pudiese tener el futuro que ellos no habían podido tener.
Los dos últimos años de estudio fueron un poco más duros, pues mi padre enfermó y tuve que compaginar estudios y trabajo; pero no me arrepiento, pues ahí conocí a quien es ahora mi mujer y madre de mi hija. Su nombre es Julia, una valenciana de sonrisa eterna que hizo que me quedara prendado nada más verla.
Fue trabajando en el Parque de los Cinco Manantiales donde la conocí. Ella estaba de vacaciones, visitando el parque. Yo había estudiado algo de español ya que siempre me había llamado la atención la cultura del jamón y la paella, y Julia, enamorada de la cultura asiática, se manejaba un poco en el chino mandarín. Me siento tocado por la fortuna, al haber conocido una persona tan afín a mí a pesar de las diferencias culturales.
Todo empezó con una pregunta trivial que acabó con una conversación de horas. Ese día perdimos la noción del tiempo, tan a gusto que nos sentíamos el uno con el otro.
Nos dimos los teléfonos y a esa conversación se le unieron muchísimas más, vía teléfono, email, etc…
Así fuimos perfeccionando ambos idiomas. Y gracias a ello nuestra hija habla perfectamente el mandarín y ello ha hecho que pueda mantenerse unida a sus abuelos aunque sólo fuese por teléfono o por carta.
El hecho es que después de conocernos estuvimos en contacto diario todo el último año de universidad. Pero ya eso no nos parecía suficiente y decidimos que fuese yo el que diera el paso de salir de Gansu, pues nunca había estado en España y me apetecía mucho conocerla.
Es la decisión mejor tomada de mi vida. Me enamoré de ese país en cuando mis pies pisaron en él. Sus costumbres, sus gentes, su jamón que tan merecida fama tiene. Julia me regañaba siempre de forma cariñosa, porque decía que estaba harta de comer casi siempre paella, jamón y de beber chufa. Y aunque me recriminaba, siempre cedía a mis caprichos. Yo intentaba cocinar de vez en cuando comida española, pero por su cara al probarlo, algo me decía que me faltaba práctica aún.
En mi defensa puedo decir que con el tiempo el Aspencat me sale mucho mejor que a ella. Cosa que Jia Li y yo nos guardamos de destacar.
Yo también enseñé a Julia a hacer sopa Wonton y Gua Bao, que son una especie de bocadillos con pan cocido al vapor, relleno de cerdo estofado y especiado. A Jia Li le encanta que la sopa la haga su madre, dice que ella le da un toque diferente al que le doy yo. Eso lejos de celarme, me hace sentirme aún más orgulloso de mi mujer.
Ahora que nuestra economía nos ha dado la oportunidad y que Jia Li es más grande y siente curiosidad sobre sus raíces. Hemos decidido vender todo en España y volver a mi hogar de infancia. Aún no le he dicho nada a mamá. Piensa que estamos sólo de vacaciones, pero sé que está deseando que nos quedemos con ella, pues muchas veces me lo dejó entrever en las llamadas. Desde que papá murió se siente sola y cada vez se le hacen más difíciles las tareas de la casa. Y tanto Julia como Jia Li están encantadas con la idea de una nueva vida aquí en Lanzhou. Estoy deseando contarle a mamá, pero primero dejaré que siga conversando con Jia Li un ratito más.
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