Me he vuelto a perder entre las guirnaldas, rojas y verdes, de la pequeña taza que sostienen mis manos. Porcelana, pintura, mucha historia y muchos kilómetros a sus espaldas componen un mar de recuerdos que me despiertan más que el café que contiene. Con temblorosa caligrafía, de mi abuela, lleva grabado el nombre de mi tierra, Colombia, con amor y desasosiego, de mi madre, lleva calcado el árbol del jardín. Mi padre me dio la mano, con eso me dijo todo, aunque al voltearse me pareció ver como sugía en él una flor de loto en proceso de abertura. Mi hermana pequeña me hizo prometerle que regresaría por navidad para ir a la playa a bañarnos juntos, y ver si este año por fin conocíamos a Santa. Sin embargo, aquí estoy, un 25 de diciembre, dos años después, esperando que Santa me traiga entre sus ropajes olores de mi patria.
Ayer me llamó María, que si este año la iba a ir a visitar. Me faltaron agallas, palabras y lágrimas para explicarle que estoy maniatado, que no tengo papeles y que si cojo el avión no me dejarán volver de nuevo a España. Le pregunté que como andaba el mar, que si me extrañaba tanto como yo a él. Pero antes de que respondiese mi madre le cogió el aparato.
-¿Estás comiendo bien? En la última foto salías muy delgado.
-Si mamá… ¿Vosotros qué tal?
-Bien, papá trabajando mucho, como siempre, ya sabes. Diego dijo que iban a reducir personal y no se puede permitir ni un despiste.
-Pero si lleva 20 años en la empresa, Diego es su amigo, además sabe que tenemos que pagar el tratamiento de la abuela, y el colegio de María…
-Ya sé, ya sé. No se Daniel, aquí ya nada es seguro…
Decidí cambiar de tema, y le pregunté que como iba ella, intentando que renaciera esa sonrisa en la que me gustaba dejarme acunar. Nos perdimos entre anécdotas, risas y noticias del barrio…
-¿Sabes algo de Reina? –Le pregunté intentando parecer desinteresado, casi como si fuese una pregunta de rutina, sin querer reconocer que dos años y medio después seguía soñando son su pelo.
-La verdad es que hace tiempo que no la veo, pero la última vez que la vi estaba bien.-Responde ella simulando que no lo sabe, con ese talante y esa forma que tiene una madre de cuidar a su hijo.
Al final, entre destartaladas promesas y besos, nos despedimos
-Te quiero… Te extraño mucho…
-Y yo a ti mamá…
-Cuídate.
-Y tú.
El nudo en la garganta se quedó ahí el resto del día, a intermitencias, según el recuerdo que viniese y si era suficientemente grande como para eclipsar las luces de navidad.
Me termino el café, y me acerco, en un gesto más automático que lógico, a ver si alguna sorpresa me espera debajo de la manta. No doy crédito, una pequeña caja, con un lazo amarillo perfectamente engarzado, me espera paciente. Con miedo, lo recojo, y con mucho cuidado empiezo a desenvolverlo. El pulso se me acelera según aparto la tapa. En el interior, apoyada en un algodón, reposa una preciosa caracola, naranja y blanca, decolorada de años en la orilla, redescubriéndose en una espiral que es un abrazo eterno. A su lado, una nota. La abro con cuidado, intentando pensar quien había podido dejarme esa preciosa caracola en mi salón.
Lo primero en lo que centro mi mirada es un montón de corazones, rosa chillón, que decoran el papel. Sigo bajando…
El mar y yo te extrañamos, así que hemos guardado un beso para ti dentro de esta caracola.
Te quiero.
María.
El nudo se termina de deshacer y lloro, todo yo, mi historia, mis recuerdos, mis solitarias navidades lloran. Me acerco la caracola al oído y ahí están, sus besos.
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