MIGRAR A LA FUERZA

MIGRAR A LA FUERZA

Roxana Roberth

05/04/2020

   Manuel era apenas un niño de nueve años cuando la completa mala suerte invadió su vida. Ya venía sufriendo los avatares de su infortunio desde que vino a este mundo; había nacido bajo la sombra de los cerezos mientras su madre, participaba de la cosecha. Era el más pequeño de la familia, condición que lo perjudicó, ya que junto a sus tres hermanos y sus padres eran muchas bocas hambrientas para poder comer lo poco que su mamá que se encontraba enferma y desnutrida, podía reunir para poner en la mesa. Estaban inmersos en plena guerra civil española cuando, su progenitora ya no pudo soportar más el débil estado de salud y partió al cielo, dejando el hogar a la deriva. El padre desolado y sin saber qué hacer comenzó a beber para ahogar sus penas y no pensar en la tristeza que lo mantenía prisionero.      Fue entonces que el pequeño Manuel, junto a una de sus hermanas, decidió marchar hacia la tan nombrada Argentina; una tierra que prometía cobijo y calmar la hambruna que los desbordaba.

   Los bolsillos estaban flacos y vacíos pero llenos de ilusiones. Había dinero para un solo boleto de barco, eso no fue obstáculo para los arriesgados y astutos hermanos, el problema ya estaba resuelto, Manuel iría de polizón; podría esconderse fácilmente ya que era de estatura pequeña y bastante delgado. Luego de un tiempo en altamar el rugir de su pancita le hizo saber que tenía que conseguir comida. Rápidamente y sin pensarlo salió de su escondite y fue al encuentro de la cocina, la que no le costó mucho esfuerzo hallar porque siguió la guía de su olfato. Así fueron pasando los días hasta que descubrieron al pequeño responsable que cada vez dejaba más vacío el almacén. Sorprendidos los cocineros de semejante audacia y osadía, decidieron cobrarle por su comida. Al principio le hicieron pegar un gran susto diciéndole que lo iban a hervir en la olla junto con las papas y unas cuantas hojas de laurel; luego de ver su carita presa del pánico, cambiaron sus planes –A lavar los platos niño atrevido-, le dijeron. Manuel calladito y obediente cumplió la orden impartida. Ya instalado en la cocina, el viaje le sirvió para aprender a preparar ricos platos y mantener en orden el almacenamiento y limpieza. Como si todo esto fuera poco, comía como un rey todo lo que quería, incluso hasta demás tal como se lo avisaban los botones de su pantaloncito que le costaba cerrar.

   Por fin llegaron a la tierra prometida… Bajaron tímidamente con sus pocas pertenencias que eran documentos y dos mudas de ropa gastada y con algunos remiendos. Caminaron varias horas con sus bolsas al hombro averiguando dónde se podían quedar. Habían llegado a la mañana muy temprano hasta que se encontraron envueltos en la oscura noche cuando lograron instalarse en una piecita con baño cerca del puerto que pudieron conseguir a cambio de los mandados y tareas que realizaría Manuel, ya que su pobre hermana no podía caminar bien a causa de una renguera de nacimiento que un médico inexperto se encargó de empeorar.

   El tiempo fue pasando y el pequeño concurría al colegio, lo que restaba del día trabajaba de cadete en un almacén del barrio repartiendo pedidos con una canasta de mimbre que era más grande que él, llegaba al final del día rendido de tanto caminar acarreando el peso de las entregas. Gracias a su cumplimiento y esmero se tornó imprescindible en el negocio y logró que le den una bicicleta con canasto incorporado para desempeñar más cómodamente su labor. Cada mes iba reservando una parte de su sueldo en una cuenta de ahorro en el correo. A pesar de sus pocos años tenía una gran madurez mental que había ganado gracias a tanto sufrimiento y tener que hacerse cargo de cuestiones de adultos siendo tan niño.

   Al mismo tiempo que estudiaba y trabajaba se daba un respiro andando en bicicleta un rato que le quedaba libre. Con el permiso del patrón desmontaba el canasto para que fuera más liviano el pedaleo y fue así que se cruzó con el dueño de un famoso club que le ofreció correr carreras de bicicleta con su patrocinio; tarea que el pequeño sumó inmediatamente a su rutina. -¡Por fin algo le daba un poco de felicidad!-.

   Una vez terminado el colegio iba escalando posiciones laborales; realizando todo tipo de trabajo, fue lustrador de botas, repartidor de diferentes productos, panadero y tantos otros rubros, hasta condujo carro a caballos pasando luego a las cuatro ruedas de un camión con el que repartía un importante diario en las madrugadas de las calles de Buenos Aires, hasta que llegó a ponerse su propio negocio. También tuvo la desdicha de cruzarse con gente que abusó de su confianza y sus servicios, pero sin amedrentarse ante los reveses de la vida, siguió tirando del carro con la fuerza de un león. Luego vino la compra de una hermosa casa, en la que vivió junto a su hermana y la gran familia que formó con una bonita muchacha y dos bellos hijos. Ya instalado plenamente pudo pagar los boletos para que vengan de España sus dos hermanos y su padre, que a esta altura estaba perdido por el alcohol. Pasó algún tiempo hasta que su hígado no resistió los embates etílicos y falleció a causa de una cirrosis. Manuel siguió manteniendo y amparando a toda la familia sin perder nunca la fuerza que lo empujaba hacia adelante.

   Gracias a todos sus esfuerzos y sacrificios, pudo tener una buena posición social, estaba feliz con todo lo que había logrado. Por más que quisiera disimularlo, su mirada reflejaba  tristeza, que se hacía más visible en la celeste claridad de sus bellos ojos, por no haber podido volver más a su Galicia natal; la tierra de sus raíces.

Roxana

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