1- La ciudad fría, año 1975. El comienzo .
» La música era distinta. El cielo también. La música tenía esa mescolanza de viejos tangos de Gardel, con pasillos y bambucos del altiplano. Y el cielo, siempre parecía vestido de luto. Su negrura se aclaraba de tanto en tanto, cuando las luces de un relámpago, penetraban como saetas afiladas, su cuerpo de nubes. El olor de esa ciudad fría y remota encaramada a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, aturdía mis sentidos. Era una mescolanza de sudor viejo, hollín de antiguos buses, y basura desparramada en las aceras enfangadas del centro de la ciudad donde todo era bullicio y caos. Las personas caminaban como si estuvieran acompañando un funeral: tiesas y silenciosas. Caras sin rictus, que se repetían constantemente, viéndose en los vidrios pringados de los almacenes. Embuidas en sus pensamientos, parecían dirigirse a un mismo lugar ; casi todas, enfundadas en unos trajes largos y gruesos como si fueran de una talla mayor. Una ciudad en los Andes Americanos capital de una república libre y democrática. Su población se acercaba a los cinco millones de habitantes, albergando razas distintas y personas de muchas nacionalidades. Era una ciudad cosmopolita con una presencia de gente adinerada y una gran cantidad de Universidades en el norte, que la hacían apetecible para aquellos estudiantes que podían costearse los estudios en forma privada.»
2- Nuestro propósito en la ciudad fría.
«Eramos tres jóvenes que por culpa de la pobreza, oriundos de una región costera de nuestra patria, tuvimos el valor y las agallas de pelear unas becas con los políticos de siempre, hasta que de tanto molestarlos y por obra de Dios nos las obsequiaron. Nuestro orgullo era ser gente alegre y dicharachera, buena papa, que le gustaba bailar vallenatos y salsa corrida toda la noche , bebiéndose unas cervezas bien frías con buen juicio. Las becas consistían en darnos estudios en una Entidad de salud cuyo costo lo pagaba nuestro departamento. Tres años íbamos a estar en clases o sean seis semestres. Cuando termináramos los estudios nos mandarían a trabajar en un hospital que fuera del departamento, durante cuatro años. Al terminar ese tiempo podíamos quedarnos trabajando definitivamente en él, o quedábamos libres y poder buscar otra institución que mejor nos pareciera. Nos dieron un pasaje de ida y vuelta cada año, así que con el valor mensual de la beca pagábamos el arriendo, la comida, lavado de ropa, en fin nos alcanzaba, hasta para ahorrar unos pesos. Era la primera vez que montábamos en avión. Rafael, mi persona, salió del pueblo con mi padre como a las cinco de la madrugada. Recuerdo sus pequeñas calles cubiertas con una neblina azulosa presagio de que iba a llover, son las «cabañuelas de marzo» – dijo mi padre, habrá buenas cosechas. En la plaza central estaba la estación de los buses que se dirigían a la capital del departamento, una antigua ciudad amurallada que había sido sitiada por los conquistadores españoles. El bus estaba casi lleno. La mayoría eran comerciantes que llevaban productos agrícolas que vendían y con esa plata compraban mercancías como aceite, telas para hacer vestidos y muchas medicinas. Con los otros dos becados nos encontraríamos en el aeropuerto puesto que venían de otras poblaciones del departamento. Eramos jóvenes que decidimos jugarnos nuestro futuro, desarraigándonos de nuestras costumbres y enfrentándonos quizás, a un mundo diferente y hostil, porque por desgracia en nuestro terruño no teníamos casi ninguna posibilidad de llegar a la universidad. Un cuñado de mi padre me esperaba en el aeropuerto. Él, un jubilado de una empresa de telefonía de la ciudad «fría», hacía muchos años había tomado la misma decisión , de buscar nuevos aires, de encontrar en una región lejana la forma de ganarse la vida de una manera legal. Lastimosamente el marido de mi tía hacía unos años había muerto y ahora tenia que arreglárselas con la difícil tarea de educar sus tres hijos, por eso vio en mi una ayuda y nos alojó a los tres en su casa, cobrándonos una módica suma por el arriendo.»
3- La ciudad fría, los acontecimientos y el final. Año 1978.
«Todo lo que pasó después, fue un compendio de cosas buenas , algunas malas y muchas regulares como pasa en la vida de la gente. Estudiamos con ahínco tratando por lo menos, estar en los primeros puestos de la clase. El clima nos pegó duro sobretodo en las mañanas cuando salíamos a bañarnos sin haber calentador. La comida extraña al principio, pero a poco nos fuimos habituando a ella. Caldos en los desayunos que en nuestra tierra no se consumían, después le fuimos cogiendo el gusto. Las cartas que llegaban a nuestra casa de hospedaje, eran todo un acontecimiento. Llantos por lo que nos contaban nuestros padres, la cantidad de recomendaciones que nos enviaban : » que cuidado van hacer esto, que cuidado van a hacer esto otro, que ahorra para que traigas algunos pesos, que en las fotos que enviaste estás un poco cachetón, no comas tanto».
Cuando nos enfermábamos se armaba la de troya. Se bloqueaba el único teléfono que tenía la casa llamando cada rato, a ver si nos habíamos puesto buenos. La verdad es que nos encariñamos con la ciudad «fría», como le decíamos en forma jocosa, Un diciembre de brisas alegres y villancicos en el alma, nuestra aventura llegó a su final. Terminamos nuestros estudios y gracias a Dios todos llegamos con buenas notas, recibiendo el diploma y muchas congratulaciones más. Hoy después que el paso del tiempo empieza a pintarnos de ceniza el pelo, y que ya somos abuelos y estamos a punto de ser unos nuevos jubilados, le agradecemos eternamente a esa ciudad «fría» y remota, encaramada a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, habernos acunado en su vientre. Muchas gracias. Muchas veces he vuelto a la capital y cada vez me enamoro más de ella, así deben ser los amores, hermosos y eternos.»
FIN.
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