Bestias pálidas como rascacielos caminan erguidos por entre los pabellones de la sala que se alza hasta donde mi vista no logra apreciar,un cura gordo me miraba con la boca llena de migas de pan, me sonrió, yo le sonreí, fue fingido, me aterraba todo este lugar,sus edificios, su gente, su bullicio, las luces de los autos y sus claxon, las gente caminando en un alocado frenesí de delirio contante como afluente camina, camina sin rumbo aparente, golpean el gris suelo de concreto tornando todo el cuadro una escena horrible, con ruido escalofriante como si de un ritual africano se tratara, todo es rápido, los pasos, los autos, las nubes, el aliento es rápido, el días parece que pasaran volando, los segundos, todos tan serios, todos tan extravagantes, tan elegantes, bestias pálidas con trajes y sus pequeñas maletas, yo en medio de la ciudad de pie con mi maletay mi madre, la mano nos suda, el pulso se acelera por la excitación y el miedo ¿y ahora qué? Me pregunto, ¿y ahora qué? Mi madre se pregunta. Me mira con su rostro moreno, la miro con mi rostro moreno, su metro cuarenta de altura, mi metro veinte de altura parecían centímetros al lado de la gran urbe y su gente. Muchos nos miraban con recelo, muchos nos miraban con asco y desconfianza, algunos sujetaban con más fuerza su cartera, mi hedor y mi chaleco maltrecho era una amenaza o solo era desconfianza de dos mundos que se topan. Mi madre morena temblando dio un paso, dio otro y caminamos por la acera, un pequeño paso para el cualquiera, un salto a lo desconocido para nosotros, a la intriga, al futuro, al porvenir laburoso.
Y nos recibió de esta forma Barcelona, España.
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