Hace calor en el tren y Fernando no sabe cómo ponerse. El asiento, de escay, se le pega a la piel con su sudor. Va solo en el departamento. Dos asientos corridos para él, pero no está a gusto ni sentado ni echado, así que sale al pasillo y enciende un cigarrillo.
Mira a lo lejos. Sólo ve barbechos. ¿Será la última vez que los vea? Seguro que no. Piensa volver al pueblo, primero en vacaciones, y luego, en unos años, cuando haya ahorrado algo, para siempre.
Piensa en su mujer y en su hijo de cuatro años. Claro que volverá.
1
Gracias a Segismundo, que ya llevaba seis años por aquí, le ha resultado fácil encontrar un trabajo en su misma fábrica. Hacen televisores. El sueldo no es muy allá, pero es seguro.
Segismundo se trajo a Candela, pero su Juli le ha dicho que ella no va a dejar a su madre sola mientras viva. Su suegra no es muy mayor, pero se rompió la cadera un día que nevó, el primero en más de cincuenta años. Resbaló en la acera, se cayó y casi se parte por la mitad. Desde entonces camina con problemas, y cuando cambia el tiempo, no puede ni moverse. Y vive con ellos.
De todas formas, ya estaba hecho a la idea de ir sólo de vez en cuando, con algún permiso, y ahorrar y ahorrar para poder volver definitivamente y poner un bar o algo así.
2
En los cuatro años que lleva haciendo televisores, Fernando ha ido tres veces a su pueblo. Un total de veinte días. En los últimos tiempos ha empeorado el trabajo. Hay mucha gente en paro y no es cuestión de arriesgar el sitio por irse de vacaciones. Le aseguran que las vacaciones son su derecho, que tendrá su puesto garantizado. No se lo cree. Prefiere cobrarlas a disfrutarlas.
Sólo le duele que su hijo, que ya tiene ocho años, no le conozca. La última vez que fue, el niño, al verlo, corrió asustado a abrazarse a las piernas de su madre. Casi se le cae el alma a los pies.
Piensa que no importa. Ya compartirán alegrías y juegos. Ahora es tiempo de lucha y ahorro. Aun así, cuando subía al tren, de vuelta a su exilio laboral, lo hizo con los ojos empañados. Era la primera vez que se le caía una lágrima. Pensó que se estaba haciendo viejo.
3
Ayer fue a cenar a casa de Segismundo. Él y Candela tienen ya dos hijos. Se les ve tan felices a todos que no ha podido resistirse y, de vuelta a la pensión, ha llamado a su esposa. Quiere que se coja al niño y a su madre y se vengan todos. Ya irán a vender la casa y a arreglar lo que haya que arreglar.
Pero su esposa dice que cómo va a salir su madre del pueblo, como tiene la cadera. Dice también que el niño ya no es tan niño, que tiene doce años, que cómo va a cambiar ahora de colegio y de amigos. Que siga ahorrando. Así podrá volver él para siempre.
Pero no hay forma de ahorrar. Los meses que echa horas, muchas horas, sobra algo, pero no siempre hay horas. Entre lo que manda a su casa y lo poco que él gasta, no le sobran ni cinco mil pesetas. Pero siempre hay algo extra: el dentista del niño, la lavadora que no funciona, libros que hay que comprar, un abrigo nuevo… Lo justo para llevarse lo ahorrado.
4
Hace unos días le llamó el director a su despacho. Su empresa ha ganado un concurso público. Tienen que enviar un equipo a Los Ángeles, en California, a aprender el montaje de unos aparatos que tienen que fabricar para el ejército. Le ha dicho que habían pensado en él. Ya lleva doce años en la empresa, cumpliendo como un hombre responsable y serio.
—Además, como estás solo…
Debería estar entre tres y seis meses en América, con un sueldo que, entre unas cosas y otras, cuadriplicaría su sueldo habitual. Además, a la vuelta sería un «especialista formador» con el doble de sueldo. Casi salta de alegría. Le preguntan si acepta. Claro que acepta. Debe presentarse al día siguiente en el despacho del Director de Producción. Está muy ilusionado.
Pero todo se tuerce: no conoce la lengua “del país”, le dicen los del comité, y eso le imposibilita. ¿Del país? Hay dos lenguas, y habla una. ¿Por qué no puede?
—Llevas doce años aquí, y no lo has aprendido.
Frunce el ceño.
—He trabajado doce y catorce horas diarias, rodeado de gente que habla la misma lengua que yo; llego a la pensión después de una hora de metro, y sólo tengo ganas de comer algo y acostarme, ¿Cómo voy a aprenderlo? ¿Yendo a una academia? ¿Cuándo? Los fines de semana sólo me quedan ganas de morirme.
Pero de nada sirvió su explicación.
5
Lleva cuatro años sin ir al pueblo. Las horas extra hace tiempo que se acabaron. Desde que se frustró su viaje a Los Ángeles, parece que todo ha ido a peor. Todo sube, menos su sueldo, y un viaje ahora es impensable. Además, le duele reconocerlo, ya no siente aquella necesidad de ver a su familia. Conoció a Meritxel en el metro. Coincidieron unos cuantos días, y acabaron coincidiendo todos. Ella sabe que está casado. No le importa. Es divorciada y está sola. Él no quiere el divorcio y a ella tampoco le importa. Comparten piso.
6
Fernando nunca ha dejado de pasar dinero a su mujer. Su hijo ha acabado la carrera de Físicas. Vino a verle, por primera vez, hace unos días. De paso. Se va con una beca a Holanda. Sólo quería, dijo, decirle que nunca le perdonará que les abandonara, a su madre y a él. Que por qué les dejó solos, pregunta sin esperar respuesta.
Otra lágrima. Extraño hasta en su casa. ¿Será ya viejo para volver?
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