Mi mundo actual quizá no sea tan distinto al de cualquiera de vosotros: me considero buena gente, correcto ciudadano, buen padre, trabajador hasta (casi) la extenuación, buen marido, buen hijo… pero siento que me falta «algo»: no me basta con cumplir con mi «obligación», sino que soy conocedor de que puedo dar más de mí, de mi verdadera «esencia», de ese algo indefinible que brota en mi interior y rara vez deja de ahogarse y sale a la superficie: eso lo puedo reflejar en un trozo de papel, ya sea físico o virtual… o más bien «el deseo de», pero mira que me pongo limitaciones y frenos a la hora de mostrar mi grandeza como ser humano, mi toque especial, ese «algo único» que me diferencia con creces de los demás. Lo mismo ocurre con mis congéneres: ¡no se atreven!. 

Decidme: ¿por qué nos empeñamos en ocultarnos a nosotros mismos, si lo que en realidad valoran las personas que nos aprecian es nuestra autenticidad, conocer nuestras debilidades, fortalezas, penas y alegrías? ¡Basta ya de ese «velo»!. Una cosa es la discreción, la privacidad, el lógico pudor… y otra muy distinta es el artificio, el exceso de celo que nos imponemos muchas veces para ocultar nuestra humanidad, nuestra sensibilidad y empatía hacia nuestros semejantes.

«Mi» Mundo es uno, el «vuestro» es otro… ¿y el de ahí afuera? ¡Ni te cuento lo difícil de comprender y desbaratado que lo siento!. Pero si yo escribo, suelto inquietudes y escucho o leo las tuyas, quizá nos podamos apoyar, comprender, sentir más cerca: vivir con mayor armonía.

¡Por la PAZ!.

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