Ejercicio ambientes casa sí sabe hay mal

Ejercicio ambientes casa sí sabe hay mal

Carlos Tolmo

06/04/2021

Lo había intentado todo. Pero solo había una forma de entrar a la casa.

No la vi hasta aquel día en que fuimos todos a la cárcel del puerto. Seguro que habíamos pasado un montón de veces por la puerta, pero no me había fijado. Solíamos ir allí a aspirar y con el subidón fresco íbamos de una parte a otra al azar. Lo mismo acabábamos en el patio, que en la enfermería, que en las celdas de aislamiento. Cada uno se iba por su lado y con el colocón nos perdíamos siempre. A veces hasta nos quedábamos sopa allí dentro, madre mía. Luego cuando venía el bajón nos buscábamos a gritos e íbamos al puerto a dar una vuelta y ver qué se cocía por allí.

Aquel día ni llegamos a entrar. Fue una de las chicas la que vio la marca de los Yuns en el lateral de la puerta. Menos mal. Si hubieran sido otros aun, pero si esos nos pillaban allí nos matarían sin preguntar. Si lo habían marcado como suyo no había nada que hacer. No volvimos más. Nos fuimos a ponernos directamente al puerto y ese día la vi. Era otra casa abandonada más, de las tropecientas que había en el barrio, vaciado de trabajo y de gente, pero en esta la puerta estaba sin reventar y parecía cerrada. La mayoría estaban ya desvalijadas y siempre que entrábamos a alguna poco quedaba ya. Nadie más pareció darse cuenta y yo tampoco dije nada, esta prometía y mejor no compartir.

Los días se nos pasaban así, yendo de un sitio a otro buscando algo o alguien para robar y ponernos. Ese era nuestro horizonte: desaparecer, aunque solo fuera por un rato. Pero cada vez me costaba más. La pintura ya no me hacía casi nada y el pegamento me mataba. Necesitaba algo más. Lo mismo me decía la psicóloga del insti. Yo era ya un abuelo para estar allí, tendría que estar en la universidad, pero tantas cosas tendrían que ser y no son. La tía se lo creía. Me decía que era el dueño de mi vida, que podía cambiar las cosas, esas mierdas. Luego se volvía a su casa con su marido, sus hijos, que tenían más o menos mi edad, y su vida de rica y nosotros nos quedábamos allí jodidos. Vienen a soltar el discurso, como si les importásemos algo. Claro que quería algo más de mi vida joder, claro que si, pero no lo que ella me diga.

Volví a la casa en cuanto pude, chollos así no duraban mucho. Era una de estas unifamiliares para la gente de los astilleros. Las ventanas estaban tapiadas así que ni idea de qué había dentro. No podría entrar por ahí. La obra era buena y me habría hecho falta una maza para tirarla abajo. Robar una estaba jodido, pesaban un huevo y no había donde guardarlas, no merecía la pena. Entraría por la puerta. Intenté abrirla directamente, por si acaso, pero no coló. Las cerraduras de esas casas eran decentes, no hubieran valido radiografías o lo básico. Usé las ganzúas que le choricé a aquel cabrón de la avenida, pero nada. Estuve más de una hora y no pude abrirla. Lo intenté un montón de veces, pero no había manera de abrir la puta puerta.

Pasaron los días y no podía dejar de pensar en la casa. Siempre estaba allí, incluso cuando no estaba. No es como cuando íbamos a robar en algún sitio, ahí solíamos estar semanas vigilando, siguiendo a gente, planeando. Joder, a veces incluso robábamos así en nuestras propias casas, para que no cantase mucho y parecieran otros. Esta vez no era así. Yo solo quería entrar en la casa y ya está. Ver lo que había dentro, solo eso. Me cabreaba mucho cuando no podía quitarme algo de la cabeza. Me pasaba lo mismo con Alina, la chica que más me gustaba. Era un poco mayor que yo, pero daba igual. No sé cuanto tiempo estuve así. Volví muchas veces pero siempre lo mismo. No conseguía abrirla. Lo había intentado todo, pero la casa no me dejaba entrar. Creo que los del grupo sabían algo. A veces los miraba bastante rato. Ellos me miraban también. Ninguno decía nada, pero lo sabían.

Pasó bastante tiempo hasta que entendí. La verdad es que había oído ya hablar de la casa. En aquella cárcel a veces se escuchaban cosas. No es que oyera voces, no estoy loco, no era eso. Era el sitio. Era muy vieja y estaba ya cuando la ocupación, a saber qué habría pasado allí. Era solo que, cuando pasábamos mucho tiempo dentro, esas veces que nos dormíamos en las celdas. Alguna en las de aislamiento, las que tenían el suelo lleno de manchas negras. Al despertarte, habías aprendido cosas. Eran como recuerdos. Y hablaban del umbral. Había que cruzar el umbral. Eso era lo que necesitaba. Por eso quise que Alina fuera la primera en acompañarme, para enseñarle el cambio que quería hacer en mi vida. Me lo había dicho mil veces en terapia y por fin sabía qué era. Ella aceptó encantada, decía que le apetecía conocer mi mundo. Yo creo que le gustaba un poco también.

Desde entonces he ido a la casa con mucha más gente. Según quien me acompañe a la puerta es distinta por dentro. Me da un poco de pena que se tengan que quedar fuera, pero todo tiene un precio, y no hay nada como cuando pongo la mano en el pomo y gira, se abre y cruzo el umbral.

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