De repente Alex acercó su cara a la mía y me miró a los ojos fijamente, de una manera tan estufinda que, en un principio me hizo reir, pero como insistía tanto rato, le pregunté:
– Pero…¿qué te pasa? ¿Por qué me miras asi? -y sus ojos seguían ahí, fijos en los míos. Hasta que su mirada se tornó turmanfunda y entonces me recorrió un escalofrío de los pies a la cabeza.
– ¡Vete de aquí ahora mismo! ¡No puedo soportarlo más!
Comprendí que no tenía nada que hacer, nunca lo había visto tan destrozado y eso me partía el alma.
Nos miramos de la manera más dulmizinda que pueda existir y nos dijimos adios para siempre.
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