Canchancha: Grupo de alumnos desorganizados, gritando y tirándose papelitos, dentro de un aula.

Coricuyos: Pedacitos de tiza

Nachoni: alumno-líder

La maestra suplente se incorporó inmediatamente después del recreo y pudo notar como la canchancha se había tornado inmanejable. Los coricuyos que quedaron del día anterior volaban de una esquina a la otra y las hojas de las carpetas comenzaban a formar una alfombra inmensa en el piso.

-Teníamos que organizar un aulalaboratorio!- Bociferó la maestra desesperanzada.

La canchancha jamás la escuchó. Tuvo que esquivar varios coricuyos antes de llegar a su escritorio y poder rescatar los elementos que había llevado para el aulalaboratorio.

Cuando emprendía su viaje de regreso a la puerta del aula, cargando una caja bastante pesada, se le interpuso en su camino Nachoni. Estupefacta quedó al verlo, ya le habían hablado de él.

Tal era Nachoni, el más bajito de la clase, de ojos saltones y muy hablador. Tenía la capacidad innata de convencer a todos aquellos que se hallaban a su alrededor. Él solito -por lo de bajito y chiquito- había logrado tornar insostenible a la canchancha.

La suplente dejó la caja del aulalaboratorio en el suelo y  lo esquivó, como si de esa acción dependiera su vida. Salió y corrió por la galería en busca de auxilio. En su trayecto, y gracias a la Santísima Virgen a la que le venia rezando en silencio, se topó con la maestra Grifunda, la más versada y práctica del lugar.

La suplente le comentó del caos de la cachancha y Grifulda decidió escoltarla hasta el lugar.

Ambas quedaron inmóviles en la puerta del aula, observando como el aulalaboratorio funcionaba coodinadamente con todos los alumnos: tubos de ensayo por aquí, algodones por allá, libros de Ciencias abiertos en la páginas de experimentos…

Mientras la suplente gritaba: ¡Pero si era una canchancha! ¡Era una canchancha!, Nachoni se acercó a la maestra Grifunda, la miró fijamente y le guiñó el ojo derecho.

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