Con los pies descalzos y apurados
bajaba a ver en el agua reflejado mi destino.
Me miraba los pies entre las piernas
y el agua transparente que corría
en el cauce de aquel río solitario
rebasaba mi mundo de inocencia,
de sensaciones de paz y regocijo.
Hacia adelante…
solo el serpentear de un hilo en movimiento.
Mirar hacia el cielo muy poco se podía.
Los rayos del sol enceguecían mis ojos
de parpadeante asombro y letanía
el silencio en la montaña era inmutable
solo el ruido del agua tan urgente
me arrancaba de aquel sueño que despierta,
yo soñaba simplemente.
Luego la silueta que llegaba
con su sombra hasta la orilla
y aquel brazo estirado me decía
que mi mano y la de ella se unirían.
Era un ritual, no había palabras.
Solo dos brazos que abrazaban
mi cuerpo mojado y lo cubrían.
Y así en sus brazos tan seguros
aprendí de muy pequeña que la ternura
y el amor que me brindaba
resguardaban mi alma del olvido
y que jamás la indiferencia y la mentira
formarían parte de mi vida.
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