Busco en mi oración
descubrir al fin
el fundamento del existir,
porque no entiendo Señor
venir al mundo para sufrir,
que por culpa de aquel
pecado original tan vil
la vida nos siga enlutando
y vistiendo de dolor.
Me enseñaron que
en este mundo desolado
el amor es Dios
y es Lucifer
el malo en cuestión,
que Dios creó
un mundo perfecto
y aquel imperfecto
se atrevió a inventar el mal.
Me enseñaron que es Dios
quien me levanta
mientras aquel me hunde
en el abismo más profundo,
que solo hay dos caminos posibles
el estrecho y angosto
que me lleva a la victoria
y el ancho del maligno
que me conduce a la derrota.
Me enseñaron que Dios
nunca pensó en dar dolor,
que lo pensó aquel perverso
para matar al Amor.
Pero la experiencia
me enseñó también
que no hay mal que
por bien no venga,
que lo que no me mata
me fortalece
y que los golpes de la vida
dejan siempre gran aprendizaje.
He comprendido entonces
que en el dolor
se aprende a ser resiliente,
que las carencias
ayudan a valorar lo que se tiene,
y que la alegría y la felicidad
se gozan más después
de una gran infelicidad.
Entendí que para llegar al cielo
cobra peaje el mismo infierno,
porque lo bueno y lo malo,
el amor y el odio
están pues en mi historia,
en la tuya y en la de todos,
que a veces se escribe
con sangre y horror
y otras con honra y loor.
Comprendí en el devenir de la vida
que para superar lo malo
es necesario vencer el miedo
y que así como el oro
se purifica con fuego,
el dolor y el sufrimiento
purifican el corazón,
que el buen carácter se forja
en las luchas internas,
y que la buena persona
es aquella que batalla
por sacar lo mejor de sí.
En mi gran incertidumbre
todo me lleva a creer
que el odio y el amor no son tanto,
que en la delgada línea que los separa
no llegan a ser opuestos
sino verdaderos complementos,
pues tanto se da la vida
como se mata por amor.
No es irreverencia Señor,
es que no entiendo que Tu
siendo perfecto y creador
de un universo superior
hayas creado al imperfecto
y éste, al llanto y al dolor,
pues tal parecen ser
dos caras de una misma moneda
que hacen de la vida
infierno y paraíso
en una verdadera aventura
de aprendizaje y superación.
Me resisto a sufrir para ser feliz,
pero si la presión convierte
al carbón en diamante
y la oruga se transforma
en mariposa para
levantarse en libre vuelo,
prefiero pasar por batallas y odiseas
para llegar al ansiado final feliz.
Pues el conocer las dos caras
de la moneda me permite
modificarme, reinventarme,
cambiar el rumbo, madurar
y brillar con lo mejor de mí.
Puedo encontrar al fin
el fundamento del existir
que me permite
ejercitar mi inteligencia
para saber qué elegir,
ejercer mi libertad
para decidir y descartar
lo que me hace sufrir.
Puedo reconocer en mi corazón
la tristeza y la alegría
producto de la vida misma,
pero en ese tránsito
puedo encontrar el equilibrio
para aprender a vivir
y decidir finalmente
ser verdadera e
inmensamente feliz.
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