Los primeros miedos

Llueve y el fulgurar de los relámpagos se vuelve trueno. 

Entonces, cuando la niña llora espantada, 

me pregunto: ¿Cómo vivir entre dos ruidos? 

¿Cómo llevar calma a la hija asustada, 

sostenerla con mano firme y jurarle que nada va a pasar, 

si del otro lado del ventanal,  la tormenta se violenta, 

grita en truenos y augura el fin del mundo.

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Las ráfagas silban con aires de huracán. 

Ella admite con cierta resignación, 

que muy a pesar de su reluciente flequillo de peluquería,

la naturaleza implacable, seguirá su curso.

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Acelerar de noche,

las ruedas se aplastan al asfalto helado,

las ventanillas se empañan de mal augurio,

y el futuro pierde nitidez.

Desde la radio, Lou Reed habla de satélites de amor.

Las luces que vienen de frente se lo llevan todo.

Agachar la cabeza, sostener el volante con fuerza

y pensar en tu familia.

La sensación de última vez, aprieta en la garganta. 

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La niña percibe en la habitación sin luz, ojos brillantes que la observan con maldad, pero son botones.

La niña ve un oso dentro del ropero, pero es un viejo gamulán del padre.

La niña siente un ruido filoso de garra fatal, pero es solo una percha oscilante.

La niña abandona su habitación a la madrugada y se sumerge en la cama de papá y mamá.

Les dice que ella es un monstruo y que ha encerrado a una niña dentro del placard.

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Sus hijos gritaban divertidos, 

palabras que ya no escuchaba,

Omitía el llamado de su mujer, 

que sonaba como eco distorsionado 

desde la cocina.

Simplemente yacía en el sillón marrón.

Un teléfono sonaba pero no atendía.

Ya no oía al destino susurrante, que le recordaba 

que había formado una familia para no sentirse solo.

Eligió exiliarse.

Confinado a vivir sin nadie, 

a pesar de vivir con gente.