Piedras al vacío I
Estamos en el infierno y nos gobiernan sus monstruos.
No intentes enfrentarte a ellos,
no conocen el don de la humanidad.
Sus manos tendidas encierran un puñal de mentiras.
Todo hace pensar que su masa encefálica se talló en canteras de granito
-ya no hablemos, entonces, del corazón-.
No permitas que te anestesien con el abrazo de sus palabras.
Si las cuencas de sus ojos
se clavaran en el mapa de tu destino
te verían como creen que eres:
grano de arena invisible en el desierto,
saltamontes huyendo del dedo que arranca sus alas,
araña ofuscada en los desgarros de su tela,
escarabajo atontado en la felicidad de su colorido.
Sin embargo, no olvides
-muchos ya lo saben-
que un mosquito puede provocar una matanza,
y que una marabunta de hormigas
no es solo ciencia ficción.
Por eso,
no intentes enfrentarte a ellos
-a los demonios voraces-
mostrando tu desnuda soledad.
Recompón la tela, elévate sin alas, desordena tu colorido,
Y entiende –de una vez por todas-
que un grano no hace desierto
pero una tormenta de arena retuerce los caminos
hasta convertir el barro intransitable en salvoconducto hacia el atardecer.
Piedras al vacío II
Perdóname, Dios mío, por no haber creído nunca en ti.
Pero es que pertenezco a una generación a la que vendieron un dios misericordioso y bueno y justo y comprensivo
y una se asomaba a las pantallas y veía niños con moscas en la pupila y madres con miradas perdidas y padres desangrándose bajo un árbol
y resultaba muy difícil creen en un dios misericordioso y bueno y justo y comprensivo
porque si hubiera un dios misericordioso y bueno y justo y comprensivo
-sobre todo justo-
no estaríamos hablando de un dios
estaríamos hablando de un ser humano.
Pero ahora veo barro, latigazos, agua en los pulmones, lágrimas, cansancio, ojos como pinzas
y creo en ti, Dios mío, señor todopoderoso,
hacedor de la guerra y de la venganza
del dolor y del rencor,
de la indiferencia y del abismo.
Porque si hay un dios vengativo y cruel y rencoroso e indiferente
no estamos hablando de un dios
estamos hablando de un ser humano.
Me gustaría creer en un dios viejo y cansado y derrotado y consciente de su fracaso.
Pero entonces no estaríamos hablando de un dios,
estaríamos hablando de un ser humano
cansado, derrotado y consciente de su fracaso
-tu fracaso-
Y todos tus libros sagrados dicen que te necesitamos,
que no podemos vivir sin ti.
Me lo lanzan a la cara las cámaras que me vigilan y me muestran fotogramas errantes que alzan sus plegarias a la lluvia
implorando, oh, Dios mío, tu fatal misericordia.
Piedras al vacío III
No creas sus palabras.
Mienten como quien encuentra verdades debajo de las piedras.
Desde que leí en los libros de historia
que las chinches asesinas adormecen a sus presas
-sí, entre estelas invisibles, en los libros de historia-
con el fin de absorber sus entrañas,
ya no quiero ser escarabajo para su voracidad.
-Aún lo soy,
es cierto,
pero ya no quiero ser-.
Un buen día pagué el peaje desde el que se desvanece el horizonte
y grité con un silencio mudo y atronador
Que no Que no Que no
Espero que en un soplo alguien escuche ese eco,
esta subversión.
Un chamarilero, tal vez,
que pase por el camino
con su carga encendida de zapatos para desandar los errores,
de desagües para evaporar las malas lenguas,
de tisanas para restañar infancias rotas,
de vértigos para romper vallas en el aire,
de pequeños trastos, en fin,
que ruedan puñal en mano
hasta aposentarse en la calima final.
Piedras al vacío IV
Apunto el objetivo hacia la luna
-redonda hoy como lata refulgente de atún-
y sé que no me veo en su influjo.
Me atrae
cual fuerza ingobernable
del imán a la puerta de la nevera.
Mi ojo y su redondez anaranjada y fisgona
son caras de la misma moneda
-falsa, quizás,
o, por lo menos, impenetrable
como un muro sin grietas-.
Retengo a esa luna
no por su belleza abrumadora y permanente,
no por el halo etiquetado en su influjo,
no por asidero y cobijo de poetas.
Esa luna,
-redonda y anaranjada como boya a la deriva-
me retiene en la mirada de esa otra mirada que la mira
lejos
confín o arena o mar o asfalto adentro
voceando que sin ellos
no soy nada,
nada.
Piedras al vacío V
Perseveran malas hierbas
en las cunetas de la soledad.
Las veo erizarse reírse amalgamarse entre sí
sabedoras de ser diosas sin rival.
Arrancarlas cuesta.
Arañan las manos
tronzan las uñas con la humedad de su filo
obligan a encorvarse a quien les niega la belleza.
Son malas.
Ahogan a las margaritas
y tiñen de desorden el paisaje.
Se adueñan de las estaciones
sin importarles el frío que azota el pensamiento
ni el bochorno en el tedio horizontal hacia el infinito.
Se ocultan en los tejados
y oprimen los zócalos de las paredes.
Una vez aposentadas en el corazón
lo atormentan enredándolo con su lazo cruel.
Al cobijo del relente en las madrugadas
parecen inofensivas como una montaña de hielo en la fotografía.
Piedras al vacío VI
Una bomba siempre cae en el lado equivocado
sea hueco o arista de montaña
o raíl en huida sin destino
o saludo evaporado en el aire
como la estatua de sal
de un dios empequeñecido
y, por lo tanto,
más cruel si cabe.
Cae la bomba en el sitio equivocado
y brota un alarido de silencios
donde antes había una fuente y un camino
-nada importante, lo sé,
pero suficiente para continuar
ofreciendo suelas y cordones y polvo
a las señales del horizonte.
Cae la bomba en el sitio equivocado
y retumban las arañas en sus telas elásticas
y abandonan las hormigas su mota
de insignificancias necesarias
-como los suspiros
o un diente de leche
o un collar de conchas
o la caricia rozando la uña
o la hebilla que explota en el zapato que ya no es pie
solo abismo
cuando cae la bomba en el lado equivocado.
Piedras al vacío VII
Los sábados Hâssim y yo
arreglamos el mundo:
aislamos a un dictador, lo amordazamos,
ponemos voz a los sin nombre,
repartimos las ganancias y el agua
también entre los invisibles que no salen en la foto.
Hoy precisamente es sábado.
Dos bajo cero en el mercado
la nariz congelada
sobre la cálida sonrisa
recordando las montañas de Azilal.
No podemos nada contra el frío
Dios dispone -a mí, a la descreída, me habla de Dios-
pero los dos estamos contentos
ninguna bomba mudará la pierna suelta en pesadilla
-por ahora-.
Los sábados arreglamos el mundo
pero, luego, entre semana,
alguien nos lo desbarata
y el dictador desoye sin horror a sus cadáveres
desde las cuencas pétreas de su delirio.
mientras uno que tiene una bomba
no soporta ver la bomba en el ojo ajeno.
Los invisibles,
¿se quejan?, ¿estudian con mis hijos?
¿su transparencia es contagiosa?
¿me costarán dinero?
La bomba,
¿caerá lejos? ¿la tienen ellos o nosotros?
Las guerras, por la tele, no huelen.
Ni hablemos entonces del dolor.
No cayendo aquí me da igual.
Con gente así,
– Hâssim está de acuerdo conmigo-
no hay manera de arreglar el mundo.
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