Mueca de provincia

Mueca de provincia

Pablo Giordano

25/08/2020

Sucede en el pasado

Atenúan los muros el sonido
televisivo del vecino insomne,
murmullo familiar desde la infancia:
esa otredad que sin embargo moja
aún hoy; es una lluvia borgeana
que sin duda sucede en el pasado.

Llega la mísera invernal tormenta
deja un libro de cuentos en la cama,
los truenos, son los truenos de 1985.
Cavilaciones rítmicas gotean
en los tristes cacharros del pasillo.

Serein suelen llamar a esa llovizna
que cae de los cielos despejados
en algunos franceses territorios.

chap phar kah chap jil pa chu kha ray,
así describen en hablar dzongkha
de Bután, cuando llueve lejos, pero
caen acá las gotas de ese sueño.

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Sueños de vaca

Del animal, el gris cerebro blando
en la sartén que mi sudado padre
sacude sobre la crujiente hornalla,
en cueros; suena bien alto la radio
interrumpe con gritos, puntual, cada
hora, comunicados de la guerra.

Ni loco, pienso, comeré esa cosa
esa grasita llena de recuerdos,
soleadas mañanas, lluvia, cantos
de árboles, pájaros, comadres vacas
amamantando mudas los terneros.

¿Y si comés costillas, qué te hacé’?
me dice y tira varios trozos de ajo.
¡Nada que ver! Adentro están las cosas
que la persona es, le respondo al verlo
reírse fuerte. Y rajo muy asqueado
por la rancia humareda que produce
el chorrito de vino blanco. Mueren,
vuelan, dice, en el humo las ideas,
¿quién comería sueños de una vaca?


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Domesticación

Como un anciano refunfuño porque
soy un niño. Necesito aprender algo,
como los lobos, devenir en perro,
olisquear, por ejemplo, esas manos
de cazador, alzar a él la mirada,
agradecer, comer de lo sobrante.

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1987

Se espeja en la fatiga de los muebles
la hermandad del animal que descansa.
El moscardón es idea indecisa
sobrevolando la fresca cocina,
la siesta oscura, prisma pampeano.
Ese látigo, la cola del perro,
le explicará un tipo de automatismo
desarrollado por millones de años.

En la calle otro can duerme expandido.
Cada tanto, lo esquiva un auto lento.
La sombra gorda del lapacho cambia
cada hora, despertando al pobre perro:
un preciso reloj para consulta
si le importara al barrio algún evento
diferente a esperar quieto la noche.

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Las naves

En las camas, mi hermana y yo de noche,
por campitos del barrio rodeados,
murmuramos a oscuras. No dejamos
un minuto de hablar, porque en silencio
crecen temores de que, en la otra nave,
se haya dormido el otro, y lentamente
mengüe el mundo guiado por sonidos
de los grillos narcóticos lejanos.

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Trepar las vacaciones

…la mataron, dice mamá, le dieron,
fuerte con la cuchilla en el cogote,
quedó despatarrada en la cocina
y el Albertito, continúa mientras
unto lento manteca en la tostada,
entró, pisoteó descalzo el charco
de sangre y ahí nomás llamó a la cana,
que no llegaba, no llegaba, y la Irma
se moría… ¿Hoy pasó eso? le pregunto,
como si nada y agarro la gomera:
ya escucho lejos largas silvatinas
del Toruno, el Damián y Paula, para
treparlo todo en esas vacaciones.

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Sospecha

Aprieto fuerte el fiel manubrio helado
de la bici, me ubico en estas calles
desiertas bajo un cielo azul desierto.
Es lamida de muerto el aire. Abajo
las zapatillas de delgada lona,
una por vez, al campo visual entran.
El aliento se escarcha, difumina
a la maniobra atenta al pedaleo;
levantar la cabeza, darle duro,
mil cuadras, mil doscientos años hasta
la escuela con las puertas que no cierran
del todo, y no funcionan las estufas.

¿A cuál demente maquinaria damos
-durante una existencia, alguna gente-
tanto inconsciente, firme pedaleo?

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Apertura

Cobró sentido la vida esa noche.
Vi la cúpula para el telescopio,
luego de oscuros pasadizos grises
de un antiguo colegio religioso.
La astrónoma explicó las dimensiones:
profundidad, longitud, lo amplio.
Tres cardinales revelando el cosmos,
la apretada blusa de la señora.

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Provincia

Amores pobres, tarde de provincia,
la munícipe muerte que adolece.
Suspiros provinciales, las veredas:
las herrumbradas, encalladas naves
nacionales. La mueca provinciana
pretende rebeldía, condenada
al agrario platónico masaje,
los fríos y plomizos días patrios;
el limpio chaparrón de los recuerdos.

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Paula

Me empujaste, anulaste el gol furiosa.
Los labios apretados, largos mocos
secos en la remera transpirada,
tus pupilas: los rayos que miramos
cerca del Hípico ya oscuro, muerto.

¿Qué, querés pelear? te me viniste,
ese temblor preciso en tus pestañas:
ortigas al cruzar el campo al trote
la tropilla iracunda de Saluzzo.

¿Vamos a pelear…? miraste y dije:
si sos nenita, no te hagas la macha.
A mí qué mierda me calienta, pavo,
y otro empujón, igual al golpe de agua
del trampolín del Huracán, de panza.

Al movimiento no lo vi, de lleno
en los huevos el seco rodillazo,
fuimos al piso; ahí inspiré el perfume;
en mi cara, tu axila suave, dando
vueltas los dos, arriba el griterío
de aliento, y el ¡basta, no peleen, chicos!

¿El amor era un apretón de cuello?
¿Pedí disculpas? ¿Te acordás qué dije?
Me soltaste en silencio, yo tenía
los ojos de muñeco maltratado.
Cuando nos levantamos uno al otro
la bombacha asomada del Adidas
de gimnasia, era blanca con rositas.

Junto al polvo de tierra descendía
lo que te dije, igual a las gotitas
del flit que mi mamá terca rociaba
en la cocina y espantaba a todos.

Creí pedir perdón como ordenaste,
pero dije otra cosa, no recuerdo.
También lo escribiré en aquella tarde
de la flotante confesión, o como
llames a la hora de escaparnos juntos
a chorear los nísperos pasados.

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Espiral de la muerte

¿Vieron zumbar, girar a las hormigas
en espirales guiadas por la muerte?
¿Temieron a ese vórtice demente:
la liturgia suicidionsecticida?

Lo descubrí, mirando desde el aula,
blanco, cantando alrededor de un mástil.

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El color de la sangre

De dios, insomne me escapé a los doce,
fabriqué en la vereda, esa mañana,
con palos, una rústica ballesta.
Maté a un gorrión, lo levanté del pasto.

Como la mía, su sangre era roja.

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1990

Las estrellas recién llegan, lo saben:
silente trepará Paula a mi techo
y, sentada a mi lado sobre el tanque,
comentará lo extraño, lo inquietante
de sentirnos así, no sé… tan vivos.

Nada escapa a la luna desde el tanque,
cartografía a escala real, una
tela de negra calma suspendida
que la municipal luz amarilla
intenta rescatar de los resquicios.

En el recuerdo de esos techos late
ahorcada la vida; es la frontera
de eventos, entropía, fregadero,
todo devora, pero nada tiene.

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Lanzas diagonales

Sostenemos, es cierto, hiperkinesia
de coleópteros y somos presos
de tercos legislados tanatorios;
acá no hay sino frías, anchas calles,
perros oligofrénicos al cruce
cual mortíferas lanzas diagonales.

Escribo y reescribo el mismo libro.

Son hornos humeantes los poemas,
con hierro sentencioso en cada verso.

Aquí el niño mandado a jugar solo
a la plaza de enfrente para siempre;
y ser preciso al escribir, si puede:
su estertórea agonía paquiderma.

Condenado a escritura con remate,
fumo desnudo, enhiesto y salpicado.

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Aneurismas andantes

Varias enredaderas retroceden,
en estas fotos. Son otros los rostros,
las poses se perdieron, son ahora
sátiras que mediante aquellos velos,
al injusto presente, lo someten.

Se las paso a mi nueva compañera,
catorce años menor. Veo en las suyas
mi pasado. Ella ve en todas las mías,
de una retrospectiva, la pobreza.

A los veinte, a la tumba nos acercan,
de estos domingos, dos mil ochocientos.
Dos por ciento de todas las personas
que veas, lleva un aneurisma quieto,
un grano de maíz, en la olla al fuego.

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Negación del salvataje

El tiempo no nos enseña. Tampoco
descompone cuerpos, ni sana heridas,
ni vuelve. Una canción, ni libro alguno
salvan; ni las personas, ni un buen viaje,
ni, como dicen, se salva uno mismo.

No escribe la pulsión por el tipeo,
los versos; ni cadencias, ni los cantos,
ni al leer, esa agitación turbada,
ni la belleza, ni la dulce angustia
de domingo a la tarde, es poesía.


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