Laberintos de nácar

Laberintos de nácar

Intúyeme por Dios ahora si puedes, 

ya se hace tarde, y tienes que saber quién soy sin verme.

Junta las palabras que ya yo tenga escritas,

hazme sin manos,

ponme un rostro serio,  y un pecho que apenas pese. 

I

A menudo me distraigo,

siguiendo la dirección que marcan las corrientes callejeras.

Lo sé por las espigas que se curvan hacia un lado,
olvidando su verticalidad.

A veces elevo la mirada,

allí, donde hubiera estado el cielo,

y así la cabeza erguida, los labios apretados,

las manos juntas todavía,

comienzo con mis testarudos ruegos.

Con frecuencia,

me escondo entre las sombras,

escuchando,

a los que allí vagan, lloran, aman, blasfeman
y mueren, sin saber por qué,

han sido tantas veces descartados.

II

Hoy el cielo no caerá sobre el folio,

ni traerá aquel poema de ayer,

el de los versos puntuales,

con el exacto sonido de sus palabras cortas,

ni el preciso desorden que les daba vida.

Hoy mejor no explicar por qué no lo escribí.

Hoy probablemente,

su mejor versión fue,

ese resignado silencio que se quedó.

III

Del lado contrario, al montón exacto de mis soledades,

está el largo camino,

de mis exrelojes,

con todas las horas que he ido perdiendo.

Ventanas de trenes recuerdan las huellas de mil despedidas,

en forma de manos abiertas y las caras veladas,

pegadas al borde mismo del cristal,

que se van borrando,

desde los andenes de suelos cuarteados,

del estrepitoso,

del breve correr,

de los diferentes zapatos mojados.

IV

No trates de descifrar los nidos tejidos con tallos prestados,

piensa en el vuelo.

Descubre primero cómo nace una flor clara,

y el empeño con que rompe la tierra,

es la entereza.

Si mides el espacio casual que hay entre las estrellas,

no es desconfianza.

Si hay temblor cuando recito, no lo exageres,

es sólo un poco de melancolía.

No trates de ordenar estos poemas,

son sólo frases y pensamientos que se atropellan.

V

Quiero ser patio y a la misma vez alero,

y luego chorros de lluvia para atravesar el mundo,

y debajo la semilla,

y si germina, la flor plebeya y la abeja que la alivia.

VI

“Al final”

¿Y si con cautela,

y casi agradecido,

me quitara el propio cuerpo,

cubierto por completo, por pseudónimos y anonimatos,

y lo pusiera encima de las raíces de un árbol cualquiera,

para confundirlas,

y así no vengan a mi carne dormida,

mientras gano el justo tiempo,

amargo y riguroso, para encontrar,

aquellas cosas en las que he tenido suerte,

y que no se pierdan conmigo?

VII

Siempre hay algo de tristeza en las olas que regresan a la orilla,

resistiéndose a volver.

Siempre hay una irónica sonrisa,

en el mar que las obliga a retornar,

y siempre habrá una plegaria perfecta

que lo exculpará.

VIII

Quiero volar en silencio, casi desnudo,

y derretirme como cualquier aguacero.

Quiero caer sobre ti inoportuno

y simplemente secarme.

XI

Yo he devenido, desde hace algún tiempo,

breve o extendido según se mire,

en un viejo tótem,

de espaldas a esta realidad,

que sólo ofrece

la intolerante cordura,

o la obligada sensatez, del que se le termina el camino,

justo frente al mar.

X

El momento en que comienza la noche,

es siempre un misterio.

Las agujas del reloj,

atadas con la elegancia de las flores sujetas,

tienen guardado,

ese breve momento,

cuando llega la noche,

y sobrecogida,

se marcha la tarde

al borde del día.

XI

¿Hay alguna manera de ser conducido de este mediodía

a la tarde aquella?

Cuando la luz iba a ser pronto recuerdos,

fuimos los únicos que arrancaron con sus manos

el borde hiriente de la maleza,

solamente para vernos,

sin saber qué hacer con ella.

Ráfagas de viento nos juntaron asustados,

y besándonos,

pasó la tarde, crujió la hierba.

XI.I

«De alas»

La coqueta mariposa,

lleva empolvadas las alas,

el canario que la acosa,

tiene almidón en el alma.

Un ángel se había mojado,

sus alas se han estropeado.

El cisne que está en el lago,

tiene plumas de alabastro.

Las hormigas voladoras,

tejen sus alas de seda.

Al zángano que retoza,

le han cerrado la colmena.

La libélula y el hada,

han confundido sus alas.

El insecto se sonríe,

la maga está muy asustada.

Mi corazón tuvo alas,

eran color escarlata.

Tus tijeras afiladas,

destellan como la plata.

XII

Resulta piadoso seguir escondido,

mientras la luz se distrae, prodigando caleidoscópicas figuras.

Todos los de afuera, como si oraran,

se reúnen en rebaños,

bajo el incomprensible anonimato de los árboles rotos.

Zapatos y goznes resuenan cerca de mi oreja,

pero aún no puedo decir, cuántos pasan,

ni cuales de ellos se quejan.

XIII

Denme una tumba exacta para enterrar las ilusiones antiguas.

Denme una palabra pura para hacer versos recientes,

y darme una pluma llena en que pueda sujetarme.

Sólo así me marcharé y a tientas.

XIII.I

Esta ausencia,

la intangible e incolora,

vaciada y hueca,

nula de si misma,

incluso, ajena de mí;

vierte su muda nada,

y va dejando un rastro breve,

donde pervive aún,

lo que nunca ocurrió.

XIV

Una antorcha flota fuera de la tierra,

calienta y mece los rebaños de hombres,

que en celo,

miden sus lanzas, tuercen sus oraciones

y matan a sus muertos acabados de morir.

El Dios cuántico desde todas partes se pregunta:

¿Qué fuego les trocó el camino y cegó sus ojos abiertos?

¿Qué ríos inundaron sus gargantas mudas, repletas de gritos encerrados?

¿Y qué viento les avivó las llamas de sus bocas y no quemó las blasfemias?

¡Volverá a morir todo lo que llore, ame y sufra;

todo lo que traicione, fluya y mienta;

y si hay otra oportunidad,

veré si valdrá la pena de nuevo!

XV

Ese ruido que tiene la noche,

de flores cubriendo ventanas marchitas,

hace que me recuerde, empapado y aterido,

nombrándote.

XVI

Ocultas entre todos los nombres,

están mis indecisiones,

que desde adentro me advierten.

Yo sólo miro a fuera un corto instante,

observo los pasos desacertados de los otros,

y de nuevo cierro.

XVII

Salí a la noche, cerré la puerta,

volaron las hojas de mis poemas.

Parecían pájaros ciegos cuando chocaban,

y caían aturdidos

entre el suelo y mi corazón.

XVIII

Es hora de probar mis ocultas intenciones

permitiéndome casi una nueva sinceridad.

Comenzaré llamando a las cosas por sus otros nombres,

y así tal vez acierte.

XIX

“Sobre el mar”

1

Si el mar se volviera un árbol,

que agite sus largas ramas,

iría a recoger de prisa,

sus laberintos de nácar.

2

Del mar quiero ser las olas,

que aunque no han visto flotar,

corales ni caracolas,

guardan el pálido azul

del rastro de barcas solas.

3

Volar sobre el mar quisiera, 

siempre ha sido sobre el mar,

jamás con alas de albatro, no,

con mis brazos de remar. 

4

Quien vendrá a escribir fieles poemas, 

cuando esta mano no sujete ya mi pluma, 

ni el folio sea el vacío que me aliente, 

a dejar detrás efemérides barrocas. 

Seguiré siendo el forastero agradecido, 

dar las gracias colmará toda mi boca, 

mi ventana la rendija que me muestre al mar, 

lanzando olas hasta que zozobren, rotas. 

 

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