No te rondan zagales

No te rondan zagales

El Hermeneuta

11/03/2019

Recorría abatido la Calle Mayor intuyendo a que casa había pertenecido una u otra fachada, ventana o balcón. A pesar de haber cambiado en pocos años la peonza y la espada de madera por el fusil que llevaba al hombro, el mozo que fue aún jugaba con recuerdos y amigos de años atrás. Vino a su mente cuando se escabullía por la esquina de la Calle San Martín mientras Tío Lolo se negaba a dejarse robar más naranjas de su huerta y daba caza a los chiquillos. <<Viejo tacaño… dejaba que se pudriese la fruta en el suelo antes que estirarse un pijo…>> musitó mientras se acariciaba la cicatriz que le había dejado una de las pedradas del hortelano en el cogote. Heridas de guerra sonrió, de otra guerra.

Aún creyó ver asomada al balcón cuidando de sus flores a la madre de Julito. A menudo merendaba con su amigo al terminar la escuela y aprovechaba en secreto para admirar la belleza de aquella señora, tan radiante y mal querida por su marido. Sintió rubor al recordar la vez que ella pelaba patatas en la calle junto a las vecinas y le sorprendió mirándole los pechos embobado, causando una sonrisa divertida en la mujer y en él un recuerdo que le acompañaría toda su adolescencia. Anduvo con cautela mientras contemplaba el ventanal cerrado y la cortina de cáñamo echada abajo, por desgracia aquel pedazo de fachada era todo lo que quedaba de la casa.

Sorteó diversas barricadas improvisadas con vigas y escombros cuidandose de no caer en ningún socavón, no era fácil avanzar y llegar hasta la Plaza Mayor llevaba su tiempo. “Viva la República” exclamaba una pintada reciente de la misma forma que había escuchado gritar años atrás a los amigos de su padre, cuando debatían acaloradamente en la taberna sobre política, represión y derechos. Intentaba poner interés con el afán de entenderles y sentirse parte de algo, pero acababa jugando a los chinos con colegas, perdiéndose en el campo o bien paseando zalamero con alguna muchacha del pueblo si había suerte. Pasó justo al lado de los restos de la taberna, saqueada, medio destruida y enmudecida para siempre, preguntándose si aquella era la forma de defender los ideales de la que todo el mundo hablaba.

Entró en la plaza contemplando como la iglesia aún se mantenía en pie, con miles de impactos de metralla demacrando su aspecto. Ni él recordaba haber estado en una batalla con tales resultados. Apoyó el fusil contra un muro y se sentó reflexivo mientras los primeros rayos del sol teñían el pueblo, en sus recuerdos golpeó el balón de cuero una vez más, huyendo de su rival mientras corría hacía la pared que hacía la vez de portería. Las madres, siempre atentas a sus zagales, no dejaban de lado los chismes que las ocupaban, había ancianos paseando apaciblemente, un hombre volviendo del campo con su mula bien cargada… Como si aquél momento tan rutinario para la vida despreocupada del muchacho tiempo atrás estuviese en las antípodas de su realidad. Solo, contemplando con horror lo único que había sido capaz de construir el hombre entre tanta destrucción. Junto a la fachada de la Iglesia de San Martín sus camaradas habían montado una horca con tres sogas que se habían aplicado a fondo con algunos prisioneros y habitantes afines al enemigo. El tributo a pagar por pertenecer al bando perdedor, pensó mientras miraba con recelo aquella estructura. ¿Y si mañana perdía él?

Rompió sus pensamientos la repentina aparición entre las ruinas de un chucho sucio y asustado. Ya había visto antes aquél can haciendo juegos y gracias por la calle correteando feliz junto a su dueño, pero ahora se había convertido en una víctima más de todo aquello. Después de todo el tiempo que había pasado fuera de casa, el único rostro conocido que quedaba en el pueblo era el de aquél pobre animal.

Calentaba el sol mientras el pueblo seguía sin exhalar más ruido que el de sus botas pisando los cascotes. No era por la hora temprana, aquél lugar permanecía sumido en una calma desoladora desde que cesaron los alaridos del combate, siempre eclipsados por las bombas y los disparos. Su pueblo, sus calles ya no eran un hogar sino un trofeo arrebatado al enemigo, y a sus gentes.

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