La señora de la viena deja aparcado a su marido en la esquinita del bar El Barrio, entre la salida del metro y la gran avenida de tiendas. Hoy hay un viento tonto, de los que alborotan el pelo y hace que los cabellos se diviertan propinando cariñosas bofetadas en la cara. Se atusa las canas aplastándolas contra la cabeza y mete los pelos que han escapado del moño detrás de las orejas. Comienza su jornada para ganarse el pan. Pone el freno en la silla de ruedas y entremete con energía la manta que cubre las inservibles piernas de su marido, mientras él refunfuña, o quizás ese sonido solo es su respiración, ya no sabe distinguirlo. Lo deja con el brazo tieso señalando al frente, apuntando a nada y a todos, con la mano en forma de cuenco y sin despedirse con un «hasta ahora» o un «que vaya bien la mañana» comienza andar calle arriba hasta el semáforo.

– ¿Tienes para una viena guapa? que tengo hambre.

La señora del terrier color blanco sucio va cargada de bolsas, lleva un corta vientos y unas mayas con colores estridentes de última tecnología que prometen tal sujeción que le agarran hasta él aura. Ha dejado en el camino un fuerte olor, a flores químicas, que permanecerá horas señalando la ruta desde el portal de su casa hasta el paso de cebra como la línea azul en un GPS. Camina dando pequeños saltos, algo similar al estilo de los profesionales de marcha atlética pero quitando todo lo relacionado con la palabra estilo y profesional. Tira de la cuerda que demasiado ajustada al cuello de su terrier blanco sucio no permite que disfrute con comodidad del paseo. El viento a su favor mantiene su peinado impoluto mientras cruza el paso de cebra, ignora la pregunta de La Señora de la viena, esquiva con brío el brazo del hombre sentado en la silla de ruedas a la entrada del bar El Barrio y piensa en lo moreno que está ese hombre. Siempre. Si le da tiempo, después de desayunar y devolver algunas cosillas que no le quedan bien e ir a yoga-fitness, quizás vaya a darse unos rayos. Sisea a la camarera que está tonteando con el móvil para que le atienda, pide una manzanilla con media de pavo y aceite en pan integral. Ra-pi-di-to, que tiene prisa.

– ¿Tienes para una viena guapa?

La dependienta con contrato en prácticas desde hace tres años sonríe a la mujer que le pide para una viena, como hizo ayer y la semana anterior y el mes pasado y todos los días mientras observa como se ha pintado esa mañana las cejas, negras, demasiado gruesas, demasiado oscuras, con un ángulo caído que le da un aspecto de payaso triste, embutida en el mismo abrigo rosa de ayer y del mes anterior. Le daría algunas monedas, pero ya le dio, no ayer, ni antes de ayer, pero sí algún día del mes pasado. Entra en el bar El Barrio pero hoy no está Manolo, sino una adolescente rubia de pestañas postizas y uñas de porcelana. Pide un cupón acabado en siete, esta vez algo caerá y un café con leche y entera de sobrasada en mollete; con el viento de hoy el rico olor a café y tostadas se pierde por las ventanas. La cucharilla está sucia, tiene algo pegado. Naranja. Duro ¡Que asco! pero ya se ha sentado junto a su compañera de trabajo que bebe café con sacarina sin soltar el cigarro mentolado. Decide remover con el papel del azúcar.

– ¿Tienes para una viena guapa? Que tengo hambre.

– ¡Qué pesá la de la viena! Con la de bolsas de ropa que le traje y nunca le he visto nada puesto ¡Nada! Mi abrigo de nieve, el que me llevé con El Antonio al viaje, me costó un pastizal, de marca, dos puestas ¡Pues no se lo he visto nunca! – apaga el cigarro y saca otro –Siempre con ese abrigo rosa roñoso ¿Dónde he puesto el mechero? Esa tiene más dinero que tú y que yo ¿has visto lo morenos que están? La Mamen, la de la mercería me ha dicho que tienen un chalet en Islantilla, que están forraos porque el cobra la ayuda de discapacidad, dinero tienen vaya ¡Ojalá tuviese yo un chalet en la playa! ¡Y la vieja olímpica! ¿Dónde va con esas mayas? Esa se ha dejado la etiqueta puesta para devolverlo, mucha bolsa de marca pero te digo que dentro lleva bragas y calcetines del mercadillo y el bolso ¡una falsificación! lo sabré yo, esa no ha visto un Vuitton en la vida, está más tiesa que tú y que yo. Chico perdona ¿tienes fuego? – enciende el cigarro y da una calada – nena invítame tú que no traigo suelto.

El estudiante que no tendrá trabajo de lo que estudia guarda el mechero, con lentitud coge su mochila que pesa como si los libros fuesen de hierro y la encaja al hombro. Se ha quedado más de media hora mirando el poso del café esperando ver en él una excusa importante para no asistir a clase. No quiere mirar el móvil. Sofía le dejó ayer. Paga el desayuno y camina a paso de caracol calle arriba.

–¿Tienes para una viena guapo?

El estudiante que no tendrá trabajo de lo que estudia saca la cartera, empieza a contar céntimos, uno por uno, con parsimonia, no llega a más de dos euros, pero él espera que le lleve el día entero y convertir ese buen acto en el motivo que le impida asistir a clase para no coincidir con Sofia.La Señora de la viena mira con expectación las monedas del chico mientras La señora del terrier blanco sucio controla su apetencia al ver la tostada con sobrada que desayuna La dependienta con contrato en prácticas desde hace tres años que con esperanza acaricia el cupón acabado en siete que guarda en el bolsillo.

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