Su carcajada esta tarde de marzo. El parque justamente detrás de ella, perfumado por las risas de los niños que se dan cita en los columpios a la salida del colegio. Los escasos transeúntes en esta calle del barrio. La brisa deliciosamente tibia, uno de los guiños que manda la Primavera para demostrar que su llegada está cerca. Que va a adueñarse con gracia de cada rincón y escondrijo de esta ciudad (y de todas aquellas que su aroma alcance). El huracán de palabras agazapadas dentro de esa risa por acordarse de tanto. De que exactamente un año, tres meses, seis días y dos horas antes se había detenido ante la misma imagen sin poder reírse. Sin tener otra cosa en el rostro y en el corazón (por llamar de un modo hueco y cursi al lugar inexplicable de las emociones) que una rabia enorme y un miedo helado, profundo. Su carcajada que hizo volar a las palomas que hurgaban en el asfalto buscando migas de pan. Su carcajada y el mínimo interés que despertó en la pareja de ancianos que estaban en la terraza del bar contiguo merendando. El bar siempre turquesa y lleno de flores, velas y el ruido de la traga monedas. Todo turquesa. Las paredes, las camisetas de los empleados. Y tanta risa por la placa identificativa en la pared de la esquina donde se lee: Carrer de Córdova. Un año, tres meses, seis días y dos horas y cuarto antes llegaba del aeropuerto y al cruzar la calle hacia su finca (lo que la hacía quedar de frente, invariablemente, a la placa), cesó el efecto de la anestesia de forma abrupta. Se despertó de golpe el coraje. La injusticia. Entonces sólo pudo decir: «¡Maldito sea el valenciano, dialecto inútil, estúpido, horrible! Calle Córdoba, mierda. ¡Se llama Calle Córdoba! Estoy harta de esta ciudad y de tener que oír y ver esa tontería en todos lados. Siempre con sus palabras ridículas, que si molt bé, que si graciès…». Maldecir el valenciano para no tener que maldecirlo. Al que había huido. Y a ella, porque, ¿cómo no se dio cuenta de que irse del país por sentirse deprimido justo durante su sexto mes de embarazo se llamaba huida? Y acompañarlo al aeropuerto, desearle un muy feliz viaje. Creerle por un instante que vendría pronto. Y tanta rabia contra esa placa que hubiese disfrutado infinitamente quemarla, rasgarla, romperla, destrozarla. A la placa. Claro. La placa. Entonces seguir andando, un año, dos meses… antes. Ser consolada por los movimientos de la niña de los mares en su panza. Llegar a la semana 38 de embarazo. Y a la 40. Morir de ganas de verla. Recorrer la Carrer de Córdova para arriba y para abajo con un cuerpo henchido y una sonrisa cada vez más amplia. Recibir entonces al Milagro y morirse de inmediato para nacer de nuevo siendo extraña. Otra ella. Ser una que no duerme, que contempla extasiada, que alimenta con su seno, que llora del susto de que algo le pase. Enseñarle a la niña de la mirada de agua esta Carrer de Córdova. Y enseñarle el alma, la música, el parque. Entonces la llegada de septiembre, el más cruento del mundo. La noticia. Usted tiene cáncer. ¿Qué dicen? Triple negativo. ¿Qué dicen? Y entonces despedirse. No verse llegando al primer cumpleaños de su hija. Pensando a cuál de sus hermanos dejársela. Y si debería hacer cartas que le sean entregadas en cada cumpleaños hasta los 18, como en las películas. Y asistir a terapias. Iniciar un camino imposible. Que te pasen esas cosas que no van a pasarte. Esas cosas que es verdad que pueden pasarle a todo el mundo pero que es mentira que también a ti. Ir a la psicóloga alternativa y que te diga que el cáncer es llanto reprimido. Entonces marzo. La carcajada de marzo otra vez. Esta tarde de marzo. El parque… La… Porque quizás el sol brillaba de una manera específica, o la brisa tibia, quién podría decirlo. Quién sabe por qué pero otra vez fijarse en esa placa y regresar al momento aquél de rabia, y reírse. Reírse porque empuja un carrito y adentro de él va la niña de los mares, quien acaba de llamarla Mamá. Y porque lleva en una bolsa de colores el globo con forma de uno, platos, vasos, servilletas y serpentina para celebrar la vida. La carcajada porque no tener pelo en la cabeza le ha enseñado a ser libre de la dictadura de la belleza externa y a sentirse dueña de sí, curiosamente. A encontrarse más hermosa en el espejo y en el centro del pecho. La risa hecha escándalo esta tarde de marzo porque viéndolo bien Carrer de Córdova es un nombre precioso para su calle de residencia. Y porque ya han colgado los banderines de las Fallas y ella va a comer paella y a oír petardos hasta que los oídos le sangren. Y porque al día siguiente piensa ir a La Mascletà y gritarle al viento: Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà… Porque qué manera más perfecta de decirle al cielo que sí. Que venga lo que sea. Que ella pase lo que pase va a bailar. A ballar amb tu, xicoteta.
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