El llamado de la calle

El llamado de la calle

Venom

08/03/2019

En esta historia la calle no representa un lugar en el que algo sucedió, más bien representa un ente que me llamaba hace tiempo.

Arriba se ve la calle 19 como era en aquel entonces parado desde la carrera sexta.

Me gusta esta historia, después de tantos años ya he aprendido a contarla sin terminar echando madrazos, al contrario, ahora me da risa. Supongo que con la edad el humor se hace más negro y la ironía se encuentra cada vez más graciosa, por eso mismo me gusta contarla, porque está llena de ironía y yo cada vez estoy más viejo así que me rio más al recordarla.

Tenía 24 años, vivía sólo desde los 15, el cómo y por qué me tuve que separar de mi familia es demasiado largo para mil palabras y es triste, como lo que me gusta es la ironía entonces no voy a referirme al respecto. La cosa es que estudiaba derecho en la U.P.C. (Universidad Popular del Cesar) en Valledupar, iba para séptimo semestre pero por cuestiones de plata tuve que aplazar, terminé en Santa marta porque algún pendejo me dijo que como era cuidad turística se ganaba bien trabajando casi de cualquier cosa y yo necesitaba ahorrar, lo que no me dijo nadie era que en Santa marta vivir en un lugar bonito no es barato y vivir en un lugar barato no es bonito, empecé trabajando de mesero haciendo doble turno en un hostal, en cuestiones generales la plata jamás me sobraba pero siempre me hacía falta.

Todos los días iba en taxi al trabajo debido a lo lejos que vivía yo del lugar en el que trabajaba y por lo peligroso que era mi barrio de muy temprano y de muy tarde, y ajá… esas eran las horas en las que yo entraba y salía. La razón por la que no me mudaba era breve, plata, no me alcanzaba, pero volvamos, el punto es que todos los días hacía la misma ruta de la casa al hostal y del hostal a la casa y en el recorrido siempre pasaba por una calle que me parecía hipnótica, como que me embobaba yo en ese pedacito del trayecto, la calle 19, me entraban ganas de bajarme, mirar las casas de estilo colonial, entrar a todas, conocer sus habitantes, me imaginaba contando las luces de los postes en la noche y todo esto era raro porque la calle 19 no era la calle más linda de Santa marta y ni siquiera del centro histórico pero en ninguna otra parte sentía yo una atracción tan fuerte, nunca fui de agüeros pero en esa época me convencí de que ese trocito del mundo tenía reservado algo para mí, el problema es que no sabía si me guardaba algo bueno o algún mal. Ese como misticismo que me cayó sumado a la falta de plata y tiempo me impidió satisfacer mis ganas de turismo en la 19 hasta que un día efectivamente se dieron las circunstancias.

Nunca he sido tampoco muy religioso pero en Colombia la situación a veces se pone tan fea que hasta el más ateo mira para arriba y dice: «Dios mío, ayúdame» un par de veces por año y justo en esa fase estaba yo, re-descubriendo mi fe y pidiéndole al cielo una mano para arreglar las cosas aquí en la tierra, y es que las cosas no se hubiesen jodido si desde el principio el de las barbas no se pone quisquilloso, pero bueno, en respuesta a mis oraciones me echaron del hostal, hasta de ladrón me trataron y vea que yo nunca he sido de esos. El asunto es que la mañana en cuestión, la mañana en la que casi me cambia la vida me desperté temprano con la intensión de ir a buscar un nuevo empleo y me pareció buena idea empezar mi jornada caminando por la 19, desayunaría por ahí y el paseo me serviría para despejar la mente, salí y me monté a un taxi, le dije que me llevara a la 19 con sexta.

Apenas me bajé del taxi la emoción que había experimentado en el camino se evaporó, en mi mente se repetía la pregunta: «¿y ahora qué?» y no pude menos que sentirme estúpido, es decir, tanto tiempo esperando para estar ahí y luego cuando llegué todo ese magnetismo terminó de repente.

A lado y lado casas de todos los colores y al fondo las sombrillas de los vendedores apretujados en lo que era el Éxito de la quinta, me emputaba pensar que hasta ese momento la calle 19 gritaba mi nombre cada vez que yo pasaba y una vez estuve en el lugar dejó de llamarme.

Ya no estaba de humor para caminar, levanté la vista y un letrero llamó mi atención, decía «Mundo Trópiko» y ponía que tenían un buen café, empecé a caminar en dirección a la puerta de lo que luego supe era una casa galería pero unos metros antes de entrar un papel me rosó los pies, era un billete de lotería, me agaché para recogerlo pero un hombre con un sombrero fue más rápido y lo levantó primero, el hombre me miró extrañado, me dio la espalda y empezó a alejarse, justo ahí sonó mi celular, era mi antiguo jefe, supuse que se quería disculpar y no le contesté, el hombre se dio la vuelta y sonriendo me dijo: «a veces no atender a tiempo una llamada puede salir caro», luego apretó el paso y se marchó, no le di importancia y entré a tomarme mi café, dentro conocí al administrador del lugar, compartimos algunas opiniones sobre fotografía y nos caímos tan bien que me ofreció trabajar ahí mismo, no lo pensé mucho, acepté.

Parecía un final feliz, quizá era eso lo que la 19 me tenía guardado, pero a los pocos días vi en el periódico la foto del hombre del sombrero, se había ganado la lotería, sostenía un cheque gigante y posaba con toda su familia.

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