Aunque parecía un hombre, era un niño...un niño de la calle.

No conocía otra cosa. Sus juegos y aventuras, sus amores y alegrías, sus heridas y dolores siempre habian tenido lugar entre paredes y puertas cerradas, entre ruidos de motores y klaxones, entre maquinarias y construcciones sin fines en esa ciudad siempre cambiante, siempre creciente, ruidosa de día y noche.

No conocía el calma de la naturaleza, el silencio del bosque, la melodia de un río…

Su música era hecha del sonido de los pasos sobre el asfalto, de los gritos de los vecinos, de las sirenas de las ambulancias y coches de policías, recordando la urgencia y lo peligroso que es de vivir… sobre un ronroneo de fondo siempre presente.

Tenía una pequeña habitación, con las persianas siempre cerradas. Quizás para apartarse del mundo o protegerse de la luz del día que habría quemado sus sueños y ilusiones.

No aguantaba quedarse mucho tiempo ahia, solo dormía, cocinaba poco, siempre lo mismo y a veces se duchaba, cuando pasado varios días, la calle le había dejado sobre la piel una mezcla de olores en una obra sin gusto…

Su habitación le parecia más a un cárcel. Su hogar era la calle, el cielo como techo, libre de andar y charlar con cualquiera.

Si…se creía libre…pero era esclavo…necesitaba alcohol para darse el valor de salir y afrontar la mirada de los demas quienes reflejaban su falta de valor.

Vergonzoso de su necesidades de beber para quitarse el estress de vivir.

Cuánto tiempo se había escondido tras las sombras porque no tenía papeles?

Ahora que los tenía aún era miedoso de perder lo poco que tenía, aunque lo arriesgaba cada día a salir.

Aunque necesitaba olvidar su miedo a vivir.

Gastando el poco dinero que tenía de ayudas sociales en algunas noches. El resto del tiempo mendigando por tener algunas cervezas más y unos restos de comida.

A veces se hacía tan pesado que lo hechaba a la calle.

Pero siempre llegaba con su encanto a encontrar una buena alma para pagar le una más.

Así pasaban sus días, de salidas en salidas.

Tenía varios puntos, varias calles donde se encontraba con otros igual a el, escapándose de sus vidas el tiempo de algunas cervezas entre colegas.

Antes de volver a casa y aguantar la señora quien un día, ya hace tiempo, le hacía sonreír y brillar los ojos.

Ahora ya solo era una carga, una obligacion a cumplir.

Y él se sentía más libre a no tener nadie que le esperaba.

Podía tener noche en velas y dormir todo el día.

Podía charlar horas sobre cualquier tema. Tenía lo bastante conocimientos para poder expresar ideas vacías, tonterías sin sentido y sin meta. Solo charlar para pasar el tiempo. Para compartir un tiempo, para no sentir esa soledad que le comía por dentro.

Para olvidar los que amaba y que estaban tan lejos.

Para olvidar el miedo a morir aún más grande que el de vivir.

Quizás dios le había puesto ahí, un ángel entre basuras, para calmar las almas herviendo, como agente de la paz entre lobos feroces.

Quizás dios quería eso de el, beber para poder aguantar y seguir ahí en las calles ayudando a mejorar las vidas monótonas y sin esperanzas de los que cruzaba. Con un chiste, una sonrisa, un paso de dansa, un mirada respectuosa al pobre sin techo.

Sin juzgar a nadie, sin ego, sin violencia.

Era ahí por algo. Tenía una forma de utilidad.

Lo más sorprendente quizás era que aunque podía tumbarse al suelo, dormir sobre un banco, atravesar el barrio de las putas, beber en el bar del lado entre olores de sudor, pis y condones usados, pisar dónde le daba la gana, tocar y frotarse a todo tipos de individuos más feos unos de los otros a dentro como a fuera, imondos y pudorosos…

El era intachable, salía de ahia como si nada, limpio y puro…a pena un poco sucio pasado algunos días…

Se deslizaba entre monstruos y perversos sin darse cuenta que eran tan malvados.

El solo veía humanos.

Humanos perdidos a quien perdonar.

Quizas dios le protegía, quizás le daba sus fuerzas, quizás le daba unas dosis de amor a ofrecer?

Una alma despreocupada, un alma de niño en un cuerpo de casi hombre.

Lo más estraño, lo más raro es que yo a su lado me sentía igual. Nada era peligroso, era intocable, inmune…nada podía ensuciarme o contaminarme.

Me sentía libre…tocada por dios…en contacto directo con su luz que me purificaba, más que nunca.

Aunque dudaba si yo era creyente…heramos como niños de Dios. Bendecidos…o inconscientes?

Y nos ofreció un miraculo : una nueva vida a nacer, fruta de nuestra unión.

Aunque hoy dudo de su presencia, o no llego a escucharle más, enfadada y sola.

Quizás porque no he tenido lo bastante paciencia, fe o amor.

Quizás porque me asusté.

Porque la calle no me parecía un lugar adecuado y sano por acoger un bebé.

Pensaba que podía ofrecerle algo mejor. Aunque la calle no me parecía un lugar tan malo.

Yo era una niña del bosque y de la naturaleza.

Necesitaba mis montañas, el aire fresco, libre de contaminentes y el agua cristalina de mi fuente para sanarme y purificarme…y mas que todo el silencio.

Yo necesitaba ver mi niña correr en los prados y no sobre el asfalto. Verla entre árboles y no semáforos. Entre flores y hierbas y no motos y coches.

No la quería niña de la calle, la quería niña de la montaña.

Porque como madre necesitaba un padre y como mujer a un hombre.

No podía seguirle en sus locuras o el en las mias.

Pero más que todo el no quería abandonar la calle.

Porque el solo era un niño…un niño de la calle, ahi había nacido, ahí había vivido, ahí había sufrido, ahí era su lugar, su hogar, ahí los demás lo reconocia y el los conocían.

Ahí sabía quién era.

Ahí casi era un hombre.

Ahí seguramente morería…

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