El hormiguero de guijarros

El hormiguero de guijarros

kanli

03/03/2019

Ruedas cincelaban el nombre de la calle, fue una delicada sorpresa que estuviera en braile. Las piedras mareadas pensaban en su falta de quietud, está más que claro que deberían haber oposicionado para bolas de lotería. Ese bombo tan mezquino se tornaba tan cómodo, un sofá de centro comercial en el que te sientas sin intención de intercambiar ni una mirada altiva con el precio. Recreas un costumbrismo ideal, coca cola en mano, enorme etiqueta clavada en la espalda y dolor de muelas. Obviamente al pasar por esta calle ya has olvidado todo lo sucedido, ni siquiera tiraste la lata, pero inconscientemente has desencadenado que esta escena vuelva a suceder, lástima que esa amalgama de salivas no la vayamos a catar ninguno. Tu cuerpo creyó, en días parecidos a charcos, que tu lagrimal adolescente iba a volver a cruzar la carretera sin mirar. Pobre de él. Apenas sabe llorar si no es en dirección al mar. Pero él siempre estuvo allí, servilleta de papel charol en el cuello, se limpiaba con el reverso porque decía que en este país nadie, nunca, le había enseñado jugar al mus. La patria del juego de esquinas dobladas no le había cedido más que unas aceitunas rellenas para tirar los dados. De tanto meneo, subida, bajada, caída contra el ring, alguna vez la anchoa salió reptando como una sierpe, el pobre agachaba la cabeza, y entre dos lagrimones de hormigón musitaba que él la había parido pimiento. Qué infames son los hijos cuando no les dices que eres su padre. Jamás recordarán la cesárea que te hicieron en la lengua, esa que te dejó tres días en cama y otros cinco contra la pared, a la que cada hora y media se acercaba un jilguero interrogante. Siempre quise que me robara, era un simple trovador. Comentaba cómo una vez se pasó el hilo dental entre las encías de su corazón. tan rápido lo hacía que a veces se le formaban nudos de marinero sin él quererlo. Dientes ya no tenía pues morder ya no necesitaba, se había autoimpuesto una denuncia por haber amado con el pico a medio abrir. Al menos lo veía desde el punto de vista positivo, yo siempre creía que estaba medio cerrado, hasta que se acerco tanto que chocó con mi buzón, comprendí que estaba ciego, mis cartas desparramadas y el nombre de la calle ahora era el mío.

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