El purgatorio de Vallecas

El purgatorio de Vallecas

La Imagistino

01/03/2019

El gato negro de patas blancas tosió y tiritó. No sabía si temblaba por el frío de la mañana o por los días que llevaba con fiebre. Pero no debía detenerse. Por primera vez en muchas estaciones recordaba lo que había soñado la noche anterior, lo cual le parecía una señal: su familia, de la que conservaba recuerdos borrosos, le había prometido visitarle la noche siguiente en las Siete Almohadillas, bajo dos estrellas. Para evitar el torrente humano de la Arteria, el gato se desplazaba por una calle paralela menos transitada.

De pronto, el gato negro oyó un agudo maullido y, de debajo de una furgoneta, vio salir a un gatito rubio con la cola cortada. El pequeño miraba en todas direcciones con sus ojos dorados. El gato negro trató de seguir caminando, pero un repentino pellizco en la ingle le hizo dar un respingo y rascarse. Entonces volvió a oír un maullido lastimero del cachorro, así que se apartó.

El gato examinó al cachorro, y notó que tenía hambre y estaba buscando a su madre. Sintió un nudo en el estómago, pues le recordó a él mismo de pequeño. Se planteó marcharse, pero pensó también en lo mucho que habría apreciado recibir ayuda en el pasado. En vista de ello, agarró al gatito por el pescuezo y, a regañadientes, dobló una esquina hacia la Arteria.

El gato supuso que, en la superpoblada Arteria, a algún humano podría caérsele parte de sus provisiones. Cuando eso pasara, él cogería el botín y huiría con el gatito. Sabía que para ello tendría que esperar oculto en una esquina, lo cual veía preferible a pedir comida directamente a los humanos.

El sol ya bajaba de su zénit, y el gato aún no había olido ni visto caer ningún trozo de comida. De repente, al mover una pata, notó que el pequeño ya no estaba con él. Alarmado, le buscó con la mirada. Le divisó sobre la tapa de una alcantarilla en el borde de la acera. Notó que tenía la mirada fija en un local con carteles rojos de la acera de enfrente, del cual llegaba olor a pollo frito. Le vio bajarse de la acera… Pero no le vio cruzar la carretera.

Una parte del gato insistía en que continuase su camino a las Almohadillas. Otra parte le ordenaba que salvase al gatito. Le temblaban las patas, tanto por su miedo a los humanos como por su preocupación por el cachorro. Finalmente, no sin tropezarse con varios pares de piernas humanas, el gato corrió hacia la alcantarilla. Al asomarse por su rejilla, halló atrapado entre sus barrotes al pequeño. Sólo se le veía de hombros para arriba.

El gato tiró del cachorro. Pudo sacarle hasta la cintura, pero le oyó quejarse. Al tirar de él más suavemente, vio salir su cola de refilón; sólo quedaban sus dos patitas traseras. El pequeño sacó una sin ayuda, pero no parecía tener fuerzas para sacar la otra. El gato agarró de nuevo al cachorro y, por fin, logró liberarle y subirle a la acera.

Al levantar la cabeza, el gato se topó con la mirada de un humano. Aunque fue incapaz de disimular que estaba temblando, cubrió al gatito y se colocó en posición de ataque. Para su sorpresa, el humano le tendió un puñado de taquitos de jamón. Al notar que no olían a veneno, el gato levantó la cola casi sin darse cuenta y curvó su punta para expresar agrado. Le resultaba increíble dedicarle tal gesto a un humano.

Cuando hubieron comido, el gato vio al cachorro correr hacia la calle paralela. Al seguirle, para su gran sorpresa, le vio moverse en dirección a las Siete Almohadillas con la agilidad de un gato adulto. El gato intentó correr tras el pequeño a toda velocidad, pero su tos le hacía perder el aliento. El gatito pareció darse cuenta y aminoró el paso.

Bajo el cielo ya anaranjado, la marcha continuó hasta la entrada de las Siete Almohadillas, en la que el gato se sentó a descansar. Desde ahí, vio al cachorro dirigirse a la Almohadilla más alta. Se sentía realizado; ronroneó de satisfacción al pensar en cómo le había salvado a pesar de los humanos que había alrededor. También notó una calidez en el pecho al acordarse del humano que le había dado comida.

El gato negro subió a la cima de la Almohadilla más alta para reunirse con el pequeño. Sin embargo, en su lugar encontró a un gran gato blanco. Al acercarse a él, notó que se estaba lamiendo unas rozaduras en el vientre. Cuando logró mirarle a la cara, reconoció en su rostro los ojos dorados del cachorro, que brillaban como estrellas.

El gato blanco se incorporó y maulló hacia el cielo con tal intensidad, que el gato negro necesitó taparse las orejas. Entonces, una nube bajó a la cima de la Almohadilla. Entre la niebla, el gato negro sólo podía ver los ojos luminosos del blanco.

Cuando la niebla comenzó a disiparse, el gato negro no tardó en reparar en unas siluetas felinas junto al gato blanco. Al evaporarse la niebla totalmente, pudo captar sus olores. En ese momento, los borrosos recuerdos de su familia se manifestaron en su mente y le permitieron reconocer a su madre, a su padre y a su hermana en aquellas siluetas.

Un escalofrío recorrió la columna del gato y le hizo levantar la cola de emoción. Al ver a sus familiares imitar ese gesto, se plantó junto a ellos de una zancada. Entre ronroneos, el gato negro se sintió en paz por primera vez en su vida. Su tos volvió momentáneamente, pero su ánimo no decayó. Relajado y feliz, el gato negro de patas blancas se tumbó panza arriba, sin dejar de recrearse en las caricias y lametones de su familia. Los párpados empezaron a pesarle. Lo último que vio antes de caer profundamente dormido fue otra nube que descendía a la Almohadilla y la luz dorada de los ojos del gran gato blanco.

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