Lo veo desde la ventana de mi departamento en el noveno piso. Camina hasta la plaza, se sienta en un escalón y mira la nada. Quisiera acercarme, hablar, conocerlo. Está de espaldas a la plaza, que ya nadie visita. Antes había niños, ahora solo van y viene autos. Cierra los ojos cuando pienso en que lo va a hacer y tararea la canción suena en mi departamento…

Toda mi vida trascurrió en este barrio. Cuando yo era chica, aún había casas y empezaban a construirse algunos edificios, pero por lo general muchos terrenos eran baldíos. Cómo extraño jugar ahí, porque parecían terrenos sin nada pero en ellos edifiqué mi niñez y adolescencia de juegos. La plaza es lo que más extraño.

De alguna lo controlo como a una marioneta. Es divertido, me ayuda a pasar el tiempo, ya que no puedo hacer mucho en esta silla de ruedas. No puedo bajar a la calle, por ejemplo. No hace mucho tuve el accidente. Mi novio me cuidaba y era tierno conmigo. Por la tarde se iba a trabajar y me quedaba sola. Me asomaba para verlo marcharse y el resto del día me la pasaba pensando en él. El títere tiene algo en la mirada que me encanta. Mira porque pienso en mirar (en mirarlo). Mi cabeza no quedó bien después del accidente. Se que no hay nadie sentado ahí, es solo un delirio para no extrañar Marcelo. No le digo nada a Marcelo para que no me den pastillas que me quiten a mi títere.

Hago que me tire besos, que corra de una punta a la otra. Me gusta verlo cansado. Hago que se saque la remera, que corra así… Lo llevo a dar unas vuelta en la calesita, tirarse por el tobogán, que su cuerpo sea el de un niño. No mucho más que eso, pero es himnótico. Marcelo se queja de que mire tanto por la ventana. Me insulta.

El otro día soñé que podía caminar y me sentaba a su lado en el escalón. El títere me decía «pedime que te desvista». Me desvistió y me hizo el amor en la plaza.

Quisiera tocarlo. Mi mente quizá pueda engañar al tacto. Marcelo sigue enojado porque no lo miro ni le hablo. «Vamos a dar una vuelta, hace mucho que no salís», dice. Me arreglo y bajo. Salimos. Miro a la plaza y veo al títere. Cercano, grande como nunca. Marcelo, da vuelta la silla, y yo al no poder verlo no le puedo ordenar que me siga.

En el hospital el doctor decía: “Ya deberías haber vuelto a caminar y parece que ahora te quedas callada. Es necesario que te quedes un tiempo y en un futuro si vemos una evolución favorable…”

Me dieron pastillas que me quitaron las ganas de jugar. Cuando paseo por los pasillos escucho historias como la mía, no de títeres sino de otros tipos de “delirios” para llamarlos así. Pero soy la única que se enamoro del suyo. Camino pero sigo sin poder jugar. Marcelo se fue, pero no tardará en encontrar a alguien tan aburrida y correcta como él. Dicen que una vez |que salís, no volvés a ver a tu delirio. No se puede tener un títere siendo un títere. A pesar de lo que digan solo veo para mi un futuro en el que soy yo la que le dirá: pedime que te pida que me hagas el amor.

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