Calle arriba,calle abajo.

Calle arriba,calle abajo.

Hilo y aguja. Mete y saca, «y, niña mira, no te distraigas» Mariquita la Antona,la enseñaba a hacer crochet. Mientras la miraba, dándole instrucciones,le contaba aquellas historias tan bonitas. ¿Bonitas? Que a ella le encantaban porque de bonito solo había anécdotas.

También Frasquita se las contaba. De cuando iba a sacar las pasas de temporera con Frasquito Tetuán. «Daba trabajo a medio pueblo, niña, y nos trataba muy bien» Mientras, limpiaba el hollín.

Las puertas siempre abiertas. Empujar y entrar con una voz cantarina de niña traviesa.

Los años pasan por ella, pero las calles siguen igual. Las puertas están abiertas y el olor a potaje de hinojos, se huele desde la esquina. Y, en Semana Santa, ¿quién podía resistirse al olor de la canela y matalauva o al potaje de bacalao?

Corría para hacer correr al guarrillo de San Antón. Ese, que con un lacito rojo se paseaba por las calles del pueblo. Y veía a María, a Frasquita, a Pilar, a Laura…a otras y a su madre, echarle de comer en la calle. Que entre todos había que cebarlo para que los jóvenes lo vendiera, y lo hicieran perras, para la feria.

Y cada mañana de muchos años, Domingo, que subía a Árchez desde algarrobo, gritaba. «¡Pescado fresco niña!¡Sardinas, que no precisan de aceite y de harina!» y ella, burlona,gritaba repetitiva. Domingo la miraba y sonreía ¡Esta niña! Aunque al final seguía y ya no era tan niña.

De la calle Alta bajaban, de la calle Álamos subían, en la calle Cruz se juntaban. el coro estaba hecho. «¿Qué compras tú, hoy? Yo, boquerones. Yo, bogas. Yo, caballa, que en adobo está muy buena. Yo, voy asar unas sardinas que viene mi gente «pa» almozar. ¿Cómo está tu marido? ¡Mejor! ¿Y tu madre? ¡ahí sigue con sus achaques! ¡Pobre! los años, que no pasan en balde»

En la plaza los niños ha pelotazos limpios y la vecina desde la ventana «¡Niño, vete a jugar a otro lado!»

Y en el lavadero de todos, lava que te lava. Restregones con el jabón y ropa puesta al sol. «¡Que se quitan las manchas de maravilla, hija!» ¡Qué contentas! Ya, de ir a lavar al río ¡ni hablar! El alcalde le ha puesto agua al lavadero. ¡Qué buen chorro de agua! Allí, dale que te pego ¡Qué trabajosos eran los pantalones de los hombres! ¡Para trabajosas las sábanas! Cuando dejaban las quejas, se arrancaba alguna por Francisco Alegre o por la Espabilá. Si no, se escuchaba el silencio y alguna soltaba aquello de «¿Sabéis que fulanita está «preñá»? ¡Ah, sí! pero dicen que se casa»

Y pasaron los años y siguió gustándole sentarse con Manuel y con Antonio. «Cuentame otra vez eso del estraperlo» Con Pepe y con Paco. «Cuéntame otra vez eso de las raciones» José y Emilio. «Cuentáme otra vez eso de la siega o la caña de azúcar.

Unas cosas vividas, otras recordadas, otras observadas.

Cómo no ver a Pilar saliendo cada mañana, algunas, acompañada de sus cabrillas. Y de vuelta con el haz de hierba para los conejos.

Plazoleta arriba, Plazoleta abajo, observada por el Alminar. Cómo no observar a Clara apoyada en la ventana recogiendo los rayitos de sol. Ciegos sus ojos pero conociendo a todos por su voz.

Cómo no ver a Hermina, en la calle churre, arreglando su patio. Pulcro y limpio año tras año.

¡Cómo lucía las huertas en primavera! La vega, siempre frondosa, dando comida a los vecinos. «¿Niña quieres unas papillas? Son de mi huerta. Te traigo esta lechuguilla que sé que tú no tienes»

Entre el juego del escondite, el elástico y la comba mi pueblo iba cambiando.

Sus viejos abandonaban y los demás ocupaban su lugar y seguían.

Por la calle Alta, calle Gloria, calle cruz, la Trinidad…Puerta del río. ¡Qué bonito nombre! Asomarse allí era pasar por una puerta y encontrarte con el río.Sí, ese al que íbamos a cazar ranas y a bañarnos entre los pozancos que escondían las adelfas. Ese río que acompañaba, lo hace y lo hará siempre a este pueblo mío. A este, que de pequeño que es a algunos les parecerá un barrio.

Mi barrrio.

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