Caminé desde mi casa,entrando al pasaje que conectaba la plaza, sólo por pasear a Fiona, mi perra.

Era invierno, recién la oscuridad abrazaba la plaza, en medio del silencio y el frío la acompañaba. Silenciosamente, surgió una anciana que no conocía.

Era bajita, vestía un abrigo degastado. Tenía la espalda levemente encorvada.

-¿Es su perrita?. Me preguntó

– Sí la saqué un ratito.

Se agachó y tocó su cabeza. Fiona agradecida movió su colita con mucho entusiasmo. Entonces la solté, porque ella amaba correr por la plaza y comenzó dar vueltas y vueltas sin parar.

-Porqué hará tanto frío, le comenté.

– No, yo no siento frío.

– ¿De verdad? ,que raro porque todos se quejan de lo mismo. Le comenté .Esta ciudad costera, en veinte años, se mantuvo en temperaturas muy agradables; pero el cambio climático , claramente nos está afectando.

– Cuando yo estaba trabajando en el hospital , pasábamos con todas las ventanas abiertas y me acostumbré al frío.

– ¿Trabajó en el Hospital de Coquimbo? Pregunté con interés.

– Sí, durante cuarenta años.

– ¡tanto tiempo!. Exclamé…y que hacía ahí.

— Era enfermera y me querían mucho, porque yo de todos me preocupaba.

– Me imagino, con tantos años trabajando en el hospital.

Media hora después el viento nos empujó a nuestras casas y quisimos irnos.

-¿Usted donde vive?

– Acá en el pasaje.

– Vayámonos juntas entonces.

Tenía una casita de ladrillos, sin chapa en la puerta del antejardín y un pasto que tocaba las ventanas. Nadie caminaba por ahí. Todo era silencio.

– Chao nos estamos viendo, le dije y me fui con mi compañera.

Dos días después, volví al mismo lugar con Fiona. La mujer estaba sentada en un banco. Pasé junto a una joven perdida en su celular, que estaba apoyada en un árbol; dos niños que jugaban online con sus celulares y fui a saludarla.

-Hola… ¿se acuerda de mí?. Me miró con sus grandes ojos transparentes y me dijo… no…no sé quién es.

Le recordé nuestra conversación y le pregunté su nombre.

-Me llamo Walda.

-Yo me llamo Eloísa.

– ¿Y cuantos años tiene?, yo tengo sesenta años y usted?.

– ochenta y ocho años.

Con razón se olvidó de mí, pensé. Se me ocurrió invitarla a una pequeña panadería que estaba a metros.Ella aceptó, la tomé del brazo y fuimos . Mientras Fiona brincaba por todos lados.

-Quiere un pastelito , le pregunté, una vez adentro.

Me miró sorprendida y dijo : No, no…compre para usted.

Le dije al panadero, quiero dos pasteles. Los pagué y le pase uno.

-¿ Le gustan los pasteles?.

-Si mucho y me los recibió alegremente. Regresamos a la banca y nos comimos los deliciosos pastelillos. De nuevo hablamos del hospital de Coquimbo; pero ahora más detallado. Una hora después , llamé a Fiona y le dije aWalda: Mevoy. La tomé del brazo y fuimos caminando lentamente a su casa . El pasaje , estaba solitario , sólo vi una cortina blanca que se movió discretamente. Todo era silencio.

-¿Y cómo son sus vecinos, son amistosos?.

– Sí mucho, muy amistosos y me quieren mucho,todo el mundo se preocupa de mí, todos me saludan, es que cuando trabajé en el hospital, yo era amable con todo el mundo.Le creo, porque tenía una carita muy dulce.

-Antes de despedirme , le pregunté…¿ y su marido?.

No.Nunca me casé , ni tuve hijos.

-¿Y su familia?

– No tengo.

Le recomendé, antes de irme: Póngase calcetines , ya comenzó el frío.

-Yo no siento frío.

– ¿ No se ha resfriado?.

-Nunca me resfrío, jamás… no me enfermo de nada, estoy muy sana.

– ¡Que bueno! .

.De todos modos , la siguiente vez le traje calcetines nuevos. No quería recibirlos, pero como insistí, aceptó y tres días después regresé sola y con mucha curiosidad.Tomé una piedra y golpeé la reja, se asomó rápidamente y le pregunté

-Hola , ¿se acuerda de mí?.

– No ….yo sé que la conozco, pero no sé cómo se llama

– Eloísa , le contesté y miré sus pies, desnudos. En un pie tenía un zapato negro y en el otro, una zapatilla café. Entonces me convencí. Mi nueva amiga tenía un gran problema.

– Pase, me dijo,pase.

– No, otro día , hoy iré de compras, le dije y me fui muy triste. Después de eso , mi interés por visitarla aumentó.

– Yo recorría todos estos cerros en bicicleta. Decía con alegría, cuando nos reuníamos y ella me hablaba de su infancia en Coquimbo, que es esta maravillosa ciudad costera de playas transparentes y aguas tibias,

Al día siguiente, regresé. La reja del jardín estaba abierta. Golpeé la puerta de casa. Para mi sorpresa, salió una mujer grande, gorda, de piel oscura, y labios gruesos.

-Que quiere, me dijo malhumorada. Detrás miraba Walda, con carita angustiada.

– Nada, venía a saludar aWaldita.

-Ella vive sola, yo soy su vecina y la única que puede entrar a su casa. Estoy autorizada por la policía, ya que hay personas que solo vienen a robarle.

– Bueno , no es mi caso , sólo vengo a saludarla. Contesté enojada.

Una semana después volví y alcancé a ver la ambulancia que salía del solitario pasaje. Di una rápida mirada a mi alrededor y al ver que no había nadie entré.

Mi sorpresa fue grande. Los ratones corrían por la casa, el lavaplato de la cocina lleno de heces de ratón, las ollas en el suelo.Una pieza con cajas y cartones. Muebles que hablaban de mejores tiempos De pronto ; oí una voz y pegué un brinco. Me volví , era una anciana de unos noventa años; pero muy doblada, se veía más deteriorada que Waldita.

Se murió la señorita Walda, me dijo.

¿Y cómo?.

-no sé.

¿Y usted quién es? . Le pregunté .

La vecina que le traía la comida .Ella tenía Alzheimer y era Diógenes. Bueno , la dejó que mi hijo se enoja porque vengo para acá.

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