Durante cinco años recorrieron cada día, de ida y vuelta, los 280 metros que separaban sus casas, con la prisa de verse cada segundo que se le caía a lo ineludible. Eran niños despertando a la vida y se amaban con un amor grande y eterno. Después de ese tiempo ya no se soltaron las manos e iniciaron otro camino, en otro lugar, ya siempre juntos, aun casi unos críos pero con la seguridad que les daba amarse por encima de las críticas, los consejos y los adjetivos que les colocaban, nada les importaba porque vivían felices sumergidos en su bella locura de pasión y ternura.

Él era su guardián, ella su tesoro y juntos crearon vida para sublimación de su propia vida. Fueron muchos años felices llenos de las particularidades de cualquier historia; con sus triunfos y fracasos, sus problemas y alegrías, sus penurias y abundancias pero una mirada, un roce, una palabra, un gesto bastaba para llenar cualquier espacio de amor, de comprensión y admiración.

Ahora ella recorre aquellos 280 metros con el corazón encogido, sola pero no vacía, mira a sus hijos y recuerda, cierra los ojos y revive, porque fue tanto lo sentido, fue tanto lo recibido y lo entregado que ni siquiera la cruel ausencia puede vaciarla.

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