El mundo que no conocemos

El mundo que no conocemos

Algunas cosas nos dejan pensando en lo improbable de un acercamiento y así era como sucedía en el caso de nuestra historia, ella caminaba todas las tardes por la misma calle, su paso ligero hacia la rutina laboral; de no haber sido por que en un accidente de bicicleta él se rompiera la pierna, aburrido decidiera colocarse en la puerta de su casa para ver pasar a la gente, nunca se abría dado cuenta de la presencia de ella.

Ella posiblemente tampoco, bien dicen que la repetición nos deja delante un parentesis hacia la curiosidad; cómo por ejemplo qué él se preguntara: ¿Qué hace ella todas las tardes con la misma actitud caminando en la misma dirección…?

De la mano de la casualidad a veces las cosas resultan interesantes, nunca sabremos si mentalmente una persona puede predisponer a otra a tropezarse pero en este caso sucedió…

Si, él no pudo hacer mucho con la pierna enyesada pero alcanzó a preguntarle si se habia lastimado al perder el equilibrio tropezando con la punta del zapato en aquel desnivel del piso…

Así inició todo, ella se sintió obligada a saludar al chico cada que su paso por esa avenida le imponía su prsencia…. Para él la hora, minutos más o menos, se volvió una necesidad, saber que ella desde lejos le miraba con una sonrisa y le daba las buenas tardes con un ademán, resultaba agradable y refrescante.

Llegó el día que el yeso de su pierna fue retirado y regresó a las actividades rutinarias que habían quedado en pausa…. Ahí fue cuando ella empezó a extrañarlo en aquella silla donde él la esperaba con una gran sonrisa.

La más grata sorpresa fue el día que la alcanzó con una rosa en la mano y le preguntó si la podía acompañar un tramo de su camino hacia el trabajo; lo demás ya no es asunto de la visibilidad de una avenida, y sucedió precisamente el tarde que ella le dijo: ¿Me aceptas una taza de café?

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