Salgo de casa y siento el canto de la calle.Esa calle de nadie y de todos.Esa calle viva, sensual, sencilla. La cruzo, y encuentro un parque con murmullo de celestes follajes disputándose el viento.Este parque de nadie y de todos guarda en sus entrañas la libertad de irisadas plumas que detuvieron su ágil vuelo. Esta célula viva de hojas oscilantes ha visto a mi vecino con pala en mano y lágrimas temblando en sus pestañas, cavar una fosa para enterrar veintidos años de ladridos, de batidos de cola, de saltos de alegría y aullidos, así como también, su dolor, su tristeza y el vacío de su fiel amigo.Paladas de tierra sobre tanta alegría paralizada, dejaron un pequeño montículo donde se sembró un árbol, que crece fuerte y frondoso con el mejor abono.

Pero además,las calles de mi barrio, a la luz de las lámparas que son las únicas estrellas que podemos ver y que intermitentes parpadean con la lluvia, se arropan cada noche con cansancio de bullicio. Estas calles guardan quejas inmemoriales de edades primitivas, arrullan generaciones, recuerdan catástrofes y glorias.Es en este instante que recuerdo cuando llegué a vivir aquí, que una de mis vecinas me detuvo en la calle y me contó historias como: “Simón Bolívar pasó por este territorio en su Campaña Libertadora, por eso, no se le haga nada extraño escuchar en las noches el sonido de cascos de bronce retumbando sobre el asfalto, o en su defecto, el sonido dentro de su propia casa, porque en su casa asustan, ya que la antigua dueña, veía entrar un jinete en su caballo y perseguirla para golpearla”.Confieso que esa vecina me aterrorizó, pero… jamás he escuchado ni sentido nada.

Cuando llega la noche las sombras se derraman por el asfalto y son como humo de incienso, se apaga el rumor de la vida y un viejo piano llena de melodía de ángeles estas calles pulidas por tantos pasos muertos.Aquí gatea la luna perseguida por ángeles de sombra, los gatos se pasean por los tejados con patas mullidas como de algodón y dan concierto tratando de atraparla, semejándola un ovillo de lana para desmadejar. y se agazapan hombres que fuman marihuana, manchan el aire, encienden su sangre, despiertan las abejas doradas de la fiebre, vuelan como palomas salvajes y luego con sus ojos líquidos, la noche cose sus párpados, como dos hojas más a su follaje negro.

Todo esto hace que las calles de mi barrio estén marchitas y cansadas, aquí hay días que hechizan y noches que arden vorazmente en llamas tácitas.

(me fue imposible insertar imágenes).

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