El golpe fuerte de un hombro robusto me decía que la educación no pasaba por mi vereda, me quejaba y era el sonido como pandereta de tantos gritos en silencio que echaba al cielo por no poder pedir más, ¡disculpe! me dijo; para dejarlo pasar en una ancha calle de mi cuadra donde el espacio sobraba, y los valores faltaban…, era ése el camino hacia mi mejor rincón, mi colorido amigo el Malecón, donde tantas veces me senté a escribir, los versos con tu nombre, las canciones de antaño, que poco o mucho hacían daño,en aquellos mis mejores años. A paso lento allí llegué, respirando la brisa que venía del mar, ¡cómo no disfrutar el caminar!, el viento que viene de allá, el sonido de los pájaros y la trompeta del heladero, ¡Dame uno! Le dije, mientras rebuscaba las monedas del bolsillo para pagar.

Cómo no recordar mi tiempo de niña, cuando todo era juego y risa, con los amigos jugando a las escondidas, pero de la paliza y del castigo, de ése nunca me corría; Se respiraba progreso en mi cuna, no se quedaba atrás el gobierno, sentí pasar los años lento, pero a veces con un poco de resentimiento. De mis recuerdos del pasado resonaban las sirenas,del corre corre de las patrullas, cuando gritaban los perros y las balas hacían bulla, así fueron mis primeros malestares de la adolescencia, con mucha vida bohemia, los licores, las perdidas; así recordaba el barrio, donde todos sabían lo que pasaba en la casa del costado, pero de la vida propia entre 4 paredes, con las justas se hablaba siquiera en la mesa a la hora del almuerzo.

En ese espacio bendito de mi niñéz conocí la abundancia de las cosas materiales, de los juguetes de los demás niños, mi madre me decía que jamás pida prestado ninguno de esos juegos, que no eran míos, que no debían hablar los vecinos, que algún día tendré lo mismo o algo mejor, no me dediqué a esperar que llegue el día, pocos años después conseguiría lo que tanto quería, pero mientras, en aquel momento “Dios” como añoraba mi mejor regalo; fue en ésta plaza mientras hacíamos juegos y concursos, a la orden de los animadores que divertían el evento, casi por oscurecer y tomar el chocolate y el panetón un día antes de la cena de navidad, ¡Erika, tu mamá llega con una bicicleta!, ¡voltea!, ¡son regalos! y yo, sin poder voltear por el juego que decía: ¡Sigan dando vueltas y vueltas en círculos hasta que oigan el pito y el payaso diga ENCANTADOS!.., desde ahí me vieron jugar, cómo no recordar, fue un momento coincidente con la sorpresa en ese momento. La noche siguiente, después del brindis de mis padres y la cena exquisita disfruté ese regalo.

Ví la carencia, la escasez de todo por no tener, la pobreza extrema de comer solo pan y te, de estudiar al brillo de velas y de escuchar música al ruido de una casetera; todo eso lo vivía al lado de las lenguas, los que hablaban y los que oían, la fila de unos cuantos para cargar el agua, no éramos los únicos en la miseria, éstas calles nos miraron cargar tantas cubetas, del viene y va, de tantas vueltas, de la crisis, del despido, del llanto y la tristeza.

Pasaron así 6 meses cuando reaccionamos a nuestra primera vez de vivir en la penumbra, de sosegarnos por haber pasado la dura tormenta, igual lo sabían todos, hasta el de la tienda.

La calle, dueña de mis historias, ésta calle, la que firmaba mis memorias, de saltos, de corridas, de caminatas y de riñas, era todo lo que vivía, era todo lo que veía, que importa si había o no había, lo que lleva tu gente en el alma sea bueno o sea malo era una historia no repetida, que importa el chisme, que importa la importancia más del resto que de uno mismo, que importa que las veredas te hallan visto arrastrar Padre ingrato, por hacer sufrir a mi madre y tu llorándole al licor de un vaso, que mi calle y la de los vecinos te esperaban poco antes del amanecer, hablando y llorando tus borracheras a tres niños que hoy realizados están, que las mismas ya no te ven llegar pues decidiste partir antes de empezarte a curar.

Que ironía de la vida, tanta diferencia, crecer de niños juntos y de jóvenes la indiferencia, de repartir agravios, de compartir insultos, de mezquinar favores y al amor no regalarle ni un minuto; me desgarré tantas veces de camino a mi rincón, y me acechaban las miradas en ése ¡Mi colorido Malecón!, del olvido mi llanto, del rencor mi quebranto, de las penas de mi alma y de mi cuerpo el maltrato, no veré ni las fotos, yo ya quemé los retratos, me he mudado de casa y hasta de ganas a cada rato, no me molesta oler los gestos de los otros luego de leer mi relato.

Dibujaré los recuerdos de una vida cansada, de una deuda que aún no ha sido pagada, de lamentos y personajes olvidados, de sentimientos que ahora mismo me son extraños, dibujaré con mi mente lo que no podré perdonar, de llevar tu nombre hasta en la frente y no poderlo cambiar, me recordarán las veredas el día de la bienvenida y llorarán los paraguas mi tercera partida, que he de olvidarme de todos, y no volverlos a ver, calarás hasta en mis enojos tu maldito proceder, porque por algo Dios se llevó mis ojos y ni la calle ni a su gente volveré a ver.

Ahora preguntan por mi, por la niña juguetona, la adolescente risueña, la jovencita parlanchina, la chica que escondió su sonrisa, la mujer con la amargura de la vida, de lindos ojos marrones, que perdió su ternura.

Hoy se borró mi pesar de alguna manera, traigo un deseo en la cartera, me lleva un carro al paradero de visita, San Miguel a la vista.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS