«… cuando te veo pasar la plata solita se funde…»

Cinco treinta y cinco de la tarde: vuelve a pasar por la empedrada callejuela, Y yo de nuevo la espió por la rendija de la ventana esperando no se dé cuenta; suena la canción que en silencio le he dedicado por la radio: “el platero soldador” y cuando va pasando le subo el volumen, ella voltea hacia arriba y yo aparezco de casualidad para que sepa que estoy ahí, me mira y la miro a los ojos sin mostrar mueca alguna, luego del efímero encuentro de sus ojos y los míos vuelvo a la silla y sigo puliendo las piezas, pensando hondamente en ella, incluso imagino algún día preguntarle su nombre.

Y nuevo pasa por la calle y la canción que le he dedicado en silencio no suena, necesito hacer algo para que me voltee a ver, desesperado llamo su atención: ¡hey amiga, cómo te llamas!, le grito desde la ventana, pero ella estoica sigue su camino sin darse cuenta que ha roto mi corazón, regreso a la silla y sigo trabajando; ¿cómo es posible que me haya herido?, la noche se torna infinita y yo sigo pensando hondamente en ella.

Ayer no la vi pasar, ni hoy y eso que estuve pegado en la ventana desde las cuatro hasta las seis, mi jefe (padre) grita- ¿y no piensas trabajar?, regreso a la silla mientras escucho la canción “si tú no estás aquí” no hace falta decir para quién va dedicada.

Hace rato fui por los refrescos, y justo cuando iba entrando al taller la vi a ella, venia con varias bolsas que le dificultaron ir a prisa, – ¿puedo ayudarte?- le dije mientras tomaba las bolsas de sus manos, antes de negarse ya iba delante de ella, la acompañe hasta su casa,- gracias es aquí dijo ella, – ¡de nada!- yo respondí- y cuando me iba alejando ella hablo- …. Me llamo…-(digámosle “ilusión”)

Y esa ilusión iba creciendo con el paso del tiempo, ya no me importaba quedarme hasta tarde trabajando puesto que tenía el privilegio de verla pasar más de una vez, a veces pienso que lo hacía con intención ya que pese al ruido podía escuchar el sonido de las bolsas golpeando con su cuerpo, ¡así es! todo parecía perfecto, a decir verdad trajo muchos colores al paisaje de esa ventana y qué decir a esa calle empedrada… y pronto…

Pasaban los días y la dejé de ver, mientras la canción que en secreto le había dedicado seguía sonando en la radio, luego me enteré que ella se mudó a otro lugar, y por alguna extraña razón yo seguía asomándome por la ventana a la misma hora, pensando que quizá podría pasar en cualquier momento.

Hace una semana que fui de visita a casa de mis padres, quise darle la sorpresa a mi jefito yendo a su taller, todo seguía como hace once años: el motor para pulir, la mesa de madera, mi silla y mis sueños juveniles; y en las vísperas del crepúsculo retome mis recuerdos asomándome a la ventana, saboreando la dicha de estar en casa, y pronto a la vuelta de la calle, reconocí esa manera de caminar, justo cuando iba pasando bajo la ventana, le subí el volumen a la vieja radio, ¡sin duda era ella!, me asome por la ventana de casualidad para que supiera que estaba allí, ella miró hacia arriba, la miré y me miró ,y ambos sonreímos, del sentido contrario de la calle se oye el grito de dos pequeños “¡mamá, mamá!” Y detrás de ellos un hombre que toma un par de bolsas de las manos de ella.

En ocasiones escucho aquella canción y no puedo evitar suspirar y pensar en lo que hubiera pasado.

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