Se acerca la víspera navideña y en San Martin sabemos cómo disfrutarla. La gente organiza bautizos, primeras comuniones y bodas, todo se lleva a cabo en el mes de diciembre, es una época de abundancia donde nadie mira los precios.
San Martin es un pueblo muy pequeño ubicado en medio de las montañas Santandereanas, donde el canto del gallo es nuestro despertador y el sabroso aroma del café colombiano se expande por toda la casa irradiando armonía, es la mejor vitamina para comenzar bien el día.
Hoy es domingo y no es como cualquier otro, no, hoy se casa la hija del alcalde, Carolina, y ha invitado a la mayor parte de los habitantes a su fiesta, por supuesto mi abuela y yo asistiremos, no podría perderme la boda del año donde habrá comida de sobra y bebidas. Qué pena no tener aun la mayoría de edad para poder consumir alcohol, quizás lo pueda hacer sin que mi abue se entere, Daniela tu sabes que eso no está bien, me lo dice esa vocecita en mi interior llamada consciencia, a veces me gustaría taparle la boca, jajaja me rio de oír mis propias ocurrencias.
Soy una adolescente de 16 años, soy huérfana de padre y madre, hace tres años el cáncer me arrebato a mi madre dejándome sola, nunca conocí a mi padre, no sé si aún vive o no, ha sido todo un misterio lo relacionado con él. Es un tabú hablar de esa persona en casa, la abue me lo tiene ¡Prohibido!.
Afortunadamente mi abuelita Isabel se hizo a cargo de mí y ha sido como otra madre, sus cuidados y amor han sido fundamentales. Ella dejo de trabajar en el campo para estar más tiempo conmigo, se dedicaba a recolectar café, solía levantarse a las cuatro de la mañana y a las cinco ya estaba en los cafetales ganándose su jornal, regresaba a casa al atardecer muy agotada, era muy buena en su oficio, disfrutaba mucho la época de cosecha. Pese a sus 58 años es una mujer muy fuerte. Ahora se dedica a mi crianza, aunque sigue trabajando desde casa, hace pasteles de carne “son los mejores del pueblo” crocanticos y con salsa picante mmm es un manjar. Después del colegio salgo a venderlos por las calles de mi pueblo, recuerdo que al principio pocos creían en lo ricos que eran pero a medida que los vecinos los han ido conociendo, ¡las ventas han aumentado!, tanto así que el alcalde nos dio el local 23 del mercado, para que los fines de semana coloquemos la venta de pasteles allí ¡el negocio va muy bien! Mi abue es la mejor pastelera y administradora de San Martin. La adoro!
Hace un par de semanas atrás, caminaba hacia mi casa, el sol empezaba a ocultarse, cuando de repente vi a un hombre sentado en la entrada de la iglesia, me causo mucha curiosidad, despertó en mí un extraño interés, quería saber de quien se trataba, su pelo desaliñado, su barba sin arreglar, sus ojos negros azabaches pero con una mirada muy triste, su nariz perfecta, era fácil deducir que en su juventud habría sido un hombre muy apuesto, aunque la vida en la calle le estaba pasando factura, era alto, delgado de piel morena como la mía, no tendría más de 40 años. Anteriormente había oído hablar de él, la gente lo llamaba “el vagabundo del pueblo”, nadie sabía su nombre, pareciese que la tierra apenas lo hubiese parido ya que ninguno conocía nada sobre él, saludaba con la mirada, al menos eso fue lo que hizo conmigo, cuando pase por su lado.
Recuerdo que una vez la abue y yo íbamos caminando hacia el mercado cuando de repente, él se cruza enfrente de nosotras, se quedó mirándome por un par de segundos como queriendo decirme algo, pero no pronuncio ninguna palabra, mi abue se puso muy nerviosa, me advirtió que me mantuviese alejada de ese individuo que no era bueno, le pregunte en que se basaba para decir eso, pero se quedó callada. Cada vez que ese hombre se cruzaba por nuestro camino ella cambiaba mucho, me tomaba de la mano y prácticamente me jalaba para que regresásemos pronto a casa, a lo mejor pensaría que él nos iba hacer daño o nos iba a robar, esas fueron mis propias conclusiones.
Hoy en la mañana, los vecinos estaban muy alborotados, se escuchaban gritos provenientes de afuera, no sabiamos a que se debia tanto escándalo , mi abue y yo nos apresuramos en salir de casa, la multitud se estaba acumulando en el parque, al llegar allí, vimos al vagabundo del pueblo tirado en el suelo, estaba muerto. Su mano derecha sujetaba una carta, la misma que unas horas más tarde me seria entregada, la leí a solas en mi habitación, fui incapaz contener mi llanto. Decia;
Querida hija, ya eres toda una señorita, me gustó mucho verte aquella vez cuando pasaste por mi lado, quise saludarte y darte un abrazo pero no me sentí digno de hacerlo, lastimosamente hace años atrás, no acerté entre elegir una vida al lado de tu madre o las drogas, escogí el camino que aparentemente se veía más sencillo y excitante.
Llevo 18 años viviendo en las calles, muchas veces tu madre y tu abuela intentaron ayudarme pero yo estaba muy a gusto con esta vida que no quise cambiarla. Vine a San Martín porque mi último deseo era conocerte y estar cerca de ti, mi cuerpo hace mucho tiempo dejo de funcionar, la vida se me está agotando, estoy seguro que mi final está muy cerca, apenas puedo caminar y respirar, toda la porquería que metí durante todos estos años han destrozado mis pulmones y este es el resultado. Por curiosidad conocí las drogas y por necesidad me quede.
Cuando tu madre murió, quise estar contigo pero el temor a tu rechazo me detuvo. Perdóname por haber estado ausente de tu vida. Ahora ya es tarde.
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