En algunos rinconcitos de Indonesia, las gentes velan por la vida de los muertos. La familia del difunto guarda en su casa el cadáver hasta que tienen dinero para realizar la fiesta, donde sacrifican a varios búfalos. Una vez terminada, el muerto se levanta y da un paseo hasta su tumba.
La tradición hindú dice que se deben quemar los cuerpos en el río Ganges –aguas sagradas, donde lavan las ropas y se asean sus dientes, por cierto– . Al otro lado del río las tribus caníbales esperan ansiosas la llegada de los mal quemados para poner a bailar el bigote.
Los entierros celestiales tienen su origen en las culturas tibetanas. Aquí hacen pedazos el cuerpo del ya vivido y lo colocan en un lugar elevado para que las aves carroñeras disfruten del manjar.
En los Estados Unidos la muerte pasea tranquila por las calles. Nunca he visto a la muerte, ni lo quisiera, pero a veces me pregunto si su gustito hacia la gente negra es sencillamente por la combinación con sus ropas o, simplemente, la policía le ayuda a comer, presionada por el racismo que les rompe y les corrompe.
OPINIONES Y COMENTARIOS