Bar La Plaza, El Plaza o El Hugo

Bar La Plaza, El Plaza o El Hugo

Pats

12/02/2019

El Bar La Plaza, también conocido por El Plaza, sin que se entienda el cambio de género, a no ser por la comodidad muy española de ‘comernos palabras’ , o El Hugo, por el nombre de su regente, es el lugar de la calle, mejor dicho de la Plaza donde voy a basar mi ‘Historia de la Calle’, ya os digo que con 1.000 palabras como bien delimitan las bases, no es suficiente para tremendo lugar, antro o bar.

El tipo que lo regenta es antipático donde los haya, quizá tengas suerte y te escupa un ‘buenos días’. Roñoso con sus aperitivos, si es que se puede llamar así al plato rancio de patatas fritas que hasta puede llegar a poner en medio de una mesa de 15 personas con un gasto medio en una hora de veinte euros por barba, porque todos, absolutamente todos los que frecuentan El Hugo, beben mucho. Caro en sus precios, es el primero que los sube de toda la manzana, donde se come sin mantel, sin servilletas, y repartiendo uno mismo los cubiertos. El Plaza, por estas razones y más, debería estar siempre vacío. ¡Pues no! La Plaza siempre tiene gente y especialmente clientes ávidos de chismorreos.

– Mira, ahí viene Flora.

Escuerzo, escurrida y con los ojos hacia abajo, no he dicho la mirada, he dicho los ojos, que no se sabe nunca si se va a poner a llorar, es como un enfado entristecido andante y joven depende de quién lo lea.

– ¿Cómo puede Cito estar con ella? me dice Carmen mirándome con ojos inquisidores.

Miedo me da Carmen a mi. Flora no, Carmen sí.

– ¡Dos botellines, Hugo! – Grito – Aprovecho a pedir mientras pasa como una exhalación entre las mesas de la terraza. Pocas veces se acerca a las mesas para ver si desean algo sus odiados clientes. Sólo para cobrar, para cobrar de una forma tan peculiar, que siempre que lo hace me prometo no volver. Cada cliente, tiene que saber cuántas consumiciones y en qué formato las ha tomado. Si tú no llevas la cuenta, estás ‘muerto’ en El Plaza.

– Siéntate con nosotras. – Dice Carmen con su sonrisa más falsa a Flora –

Sí, siéntate, pienso yo, que te vamos a descuartizar. Y si ya parece que estás llorando, te vas a ir de aquí, además de a 4 patas, con una llantina … Evidentemente, sólo lo he pensado. De momento, discierno a la perfección entre lo que se puede decir y lo que se puede pensar.

– Hola Flora – continúa Carmen – ¿vienes de trabajar? Te lo pregunto porque vestida de esa forma tan elegante – se muere ella misma de la risa – y además es sábado, y tú trabajas hasta los domingos, – ja, ja, ja – Carmen se ríe. Yo no me río. Pero me fijo en la ropa de Flora.

Flora la ignora con sus ojos escurridos, yo miro a la espalda de Hugo muy concentrada, pienso que ya llevo 5 minutos esperando los botellines, y quizá funcione eso que dicen de que a lo mejor siente mi mirada clavada en su espalda y se da la vuelta y puedo con mi sonrisa cargada de dientes volver a pedirle, ya no 2 botellines, sino 3.

¡Voilà! Hugo se da la vuelta intentando sonreir, una sonrisa que le hace parecer un perro de presa con los dientes encasquillados en una mueca entre un ser diabólico y un camarero amargado. Siempre me he preguntado si verme le inspira a ser así o realmente es así.

– ¡Hola Dulce! – Acaba de llegar su mujercita. Sí, Hugo tiene mujercita, y lo expreso en diminutivo porque es muy bajita. Y lo de Dulce es un buen mote, es imposible que alguien con esa cara de pocos amigos y un marido como Hugo, se llame Dulce. Dicen que el apodo se lo puso el maestro Maderas, otro personaje de nuestro Bar La Plaza, y le va al pelo.

Ya estoy pensando en cambiarme a la terraza del bar de al lado. El Hugo, tiene a su derecha una óptica y a su izquierda otro bar. Un bar en el que ponen aperitivos. Aperitivos de verdad.

Me levanto de la mesa y voy a la barra a pedir. Allí seré atendida, por supuesto, después de unos minutos de espera, por la presta camarera ‘Sinsan’, sin sangre en las venas. Me mirará con ojos de sorprendida tras unas gafas llenas de huellas dactilares, sujetas en ese punto de la nariz que le permite mirarte a través de ellas o no y con esa expresión como si ella no fuera camarera y yo no fuera una clienta con ganas de beber.

-¡Ahora vengo! – Hugo sale disparado en esa bicicleta eléctrica nueva que se ha comprado gritando que va al chino a comprar no sé qué. Ver al susodicho dar pedales con sus zuecos de goma, a la Sinsan perpleja y a Dulce plantada nada más llegar, me produce una ligera sonrisa.

– Tres botellines, por favor. Uno para Carmen, otro para Flora y otro para mi – Le digo vocalizando con esmero, para no repetirlo y para que reparta la comanda entre tres. Porque aquí todo el mundo se paga lo suyo. ¡Faltaría más!

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