La calle principal del pueblo

La calle principal del pueblo

Armando Noriega

12/02/2019


Al principio cantan los gallos, todavía con el frío de la noche y las estrellas. Pero no tarda mucho en que el sol comience a iluminar la calle principal del pueblo, como si su calor la caminara desde el principio hasta el final. Después vienen algunos gritos, utensilios de cocina que chocan, agua que se derrama, alguna mujer sale a barrer la banqueta. Los hombres ya han salido hacia las huertas, algunos mientras era la hora de los gallos. Desde el principio de la calle principal bajan o suben por el monte para los diversos lugares. La mayoría son peones que trabajan tierras ajenas. Con ellos despiertan los animales, justo después de las aves que también son madrugadoras. En el centro de la calle principal hay una jacaranda grandota que colorea el suelo con sus flores.

El primero de los niños sale rumbo a la escuela del pueblo, al final de la calle principal hay que dar un rodeo para llegar al edificio dividido en tres aulas. Cada una corresponde a dos grados de la escuela primaria. Para estudiar más hay que ir a otro pueblo o a la cabecera municipal. Se pinta el día con la luz dorada al fin de la primavera y los pequeños puestos ofrecen sándwiches y gelatinas como lonches.

Bere, Beresita, Bere con las pestañas muy negras y enchinadas. Se despertó tarde y le dio miedo despertar a su mamá. Antes se ocupaba de todo su abuelita, pero ya no estaba con ellas porque se había ido al cielo con sus demás hermanitos. Beresita se puso el uniforme como pudo y salió tarde a la escuela. A veces la señora Adelita le regalaba un sándwich y ella quería que se lo regalara porque tenía mucha hambre. Don Filiberto ya había salido a sentarse en la silla de siempre, a la sombra de su casa, con su sombrero de paja. Se escuchaba el griterío de los niños ya en la primaria. Beresita tenía sus rodillas con costras de múltiples caídas al corretear, a veces se peinaba solita su cabello muy lacio y muy negro como el de su mamá. A Beresita no le apretaba mucho una de sus calcetas y tenía la manga derecha de suéter un poco raída. Sus manitas se escondían en las bolsas; en una de ellas atesoraba sus piedras favoritas.

La mamá busca a Beresita pero no la puede encontrar. Sólo recuerda que la niña la despertó porque tenía hambre. Cuando le sirvió un huevo estrellado la pequeña le dijo que no le gustaba. Tenía que disculparse a sí misma, estaba cansada de trabajar de noche y la niña la había despertado. Estar en el frío al lado de la carretera no es cualquier cosa. La vida vivida así no es cualquier cosa. Por eso tuvo que agarrar el plato y embarrárselo en la cara. La niña llorando con la yema de huevo entre la boca y uno de sus cachetitos.

Pero la mamá no encontraba a Beresita. Llegó hasta la escuela a la hora de la salida. Se había acostumbrado a que la abuela la llevara y la trajera todos los días despertó ya con el sol bien alto y sin la niña en la casa. Recorrió la calle principal del pueblo a paso lento. A lo lejos se escuchaban las voces de los maestros opacadas por el griterío de chamacos groseros. Don Filiberto ya se estaba metiendo para salir otra vez cuando el sol estuviera para el otro lado. La señora Adelita ponía su puestecito otra vez para aprovechar la salida de los niños y no supo responderle de la niña. Nadie supo decirle nada de su hija.

Varias horas después caería la noche con el sol ocultándose tras la iglesia y después atrás de los cerros. Poco antes habían llegado los hombre y las casa olían a café de olla y tortillas recalentadas. Después las estrellas, los coyotes suenan a lo lejos y hacen ladrar a los perros. Uno sabe desde el monte que se está acercando porque escucha ladrar a los perros, sobre todo en las noches que sólo tienen estrellas. Pasa el tiempo y los gallos cantan, después salen los hombres a las huertas. Olores y sonidos de gente despierta se levantan con el sol que recorre con su luz toda la calle principal, de oriente a poniente. Las malas lenguas, siempre detrás de las ventanas, dicen que fue un carro blanco. No habían dejado entrar a la niña por llegar tarde y el carro se detuvo para llevársela.

La mamá de Beresita se convirtió en una andante. Todavía sigue recorriendo la calle principal en busca de cualquier indicio. A veces se sienta bajo la jacaranda y les grita groserías a las señoras que van al mandado o están barriendo la banqueta. A veces pasa al jacal del viudo Filiberto y sale después de un par de horas. Camina bajo los gallos, y las estrellas, y los perros, y el sol, y la noche, y las flores de jacaranda. La mamá de Beresita se aprendió cada mota de polvo, cada flor caída, cada piedra. Se convirtió en unos ojos negros buscando en el paisaje, un elemento más de la calle principal. El mundo siguió como siempre.

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