Me da igual como intente fingir, desde que llegué este febrero me han dado tantas cachetadas y me han hecho tantos feos que las personas me producen emociones horrendas. Necesito estar sola, en este momento la gente no me hace bien, su sola presencia me enciende, me mortifica y aunque soy consciente de que estoy secuestrada por la ira no puedo ni siquiera pensar en como y en si realmente quiero salir de aquí. Pero tengo que trabajar y comunicarme con la gente y vender un producto que encima es intangible. Intangible!! aggg lo cual significa que aunque quiera reventarlo contra la pared o contra la cabeza de alguien no puedo hacerlo, ni patearlo ni arrastrarlo de los pelos; mas bronca e impotencia me da. Intento parar un poco mi cabeza y dibujarme poco a poco y con mucho esfuerzo una mueca a modo de sonrisa mientras camino hacia la calle Ramón Menéndez Pidal nº 3, tengo que ser agradable , elocuente y cordial porque de eso depende el pago de mis cuentas a fin de mes, y mientras voy delineando esa sonrisa que se nota que no es mas que puro maquillaje, llego a esa … me paro en frente y la verdad es que no se como definirla, aunque sí se que esta calle o callejón triste y apagado no ayuda en absoluto a plasmar el mínimo gesto de bienestar en mi cara. Esta callejuela es horrible! Arriondas es un pueblo pequeño pero porqué justo un día como hoy me toca esta calle tan deprimente?, es que necesitaba otra cosa, de verdad, esto no parece ni siquiera una calle, mas bien es como la parte de atrás de algo; son todos locales de alterne de los ochenta con carteles de alquileres oxidados, también de los ochenta por lo visto. Evidentemente tuvo su momento de gloria que quedó muy atrás; Me pego a los cristales con una mano a cada lado de la cara, a modo de pantalla, para tapar la luz del sol y puedo ver que los locales aún conservan su mobiliario original intacto, su menage , sus luces de cuando entonces, alfombras, inclusive alguna botellas de licor, se podía intuir el bullicio y a la gente divirtiéndose y con un poco de esfuerzo una música entrañable y reparadora, me impactó. Era como si esos edificios grises y envejecidos conservaran toda la juventud en su interior, pero era una juventud lejana, o quizá solo fantasmas… un presente que a simple vista se percibía ausente; a menos que te asomes específicamente y con una mano a cada lado de la cara con la única intención de mirar en su interior; pero quien hace eso…?! quizá una desgraciada como yo con un día horrible y fobia momentánea a las personas que prefería distraerse con unos viejos edificios para excusarse de no llegar nunca a la cita programada; en ese momento me sentí tan identificada y tan tristemente unida a ellos que tuve que salir corriendo de esa calle y no paré hasta llegar a la esquina. Agitada y estupefacta me detuve inclinada hacia adelante con las manos apoyadas sobre mis rodillas hasta recuperar el aliento y estabilizar mi dolor. En eso nos transformamos? en viejos edificios en eterno alquiler cuyos posibles inquilinos rehuyen eternamente ante el aspecto triste y decadente de la fachada?… un fractal más …? Así , exactamente así me venía sintiendo en estos días, como a esos edificios, nadie era capaz de verme como realmente soy, ni mi luz, ni mi alegría ni nada, es que al igual que ellos ya ni siquiera me importaba. Cuando al fin pude levantar la cabeza sin perder la posición me encontré con el maravilloso y salvaje río Piloña, detrás el parque de la Concordia y los picos con sus nieves perennes, imposible no enamorarse de ellos a primera vista; me puse a llorar entre emocionada y amargada porque todo, todo lo que se me presentaba era muy ambiguo y demasiado revelador. Aquel paisaje que no necesitabas espiar para apreciar su increíble hermosura, ese que te invitaba a adentrarte en el lleno de alegría y aventura, era en realidad el que podía matarte de frío o ahogarte, o arrastrarte hasta destrozarte con mil piedras… Tenía el mismo poder del primer amor de juventud, el cielo y la destrucción, pero ellos son naturaleza y son espontáneos, y nosotros somos humanos en una fiesta de disfraces. Entendí porque terminábamos recluidos en nuestros viejos edificios como ermitaños de la verdad, la destrucción ya nos había tocado en algún punto de nuestras vidas, ya habíamos pasado nuestro momento de gloria y ya habíamos colgado nuestro cartel de alquiler. Mientras permanecía con la vista haciendo cúspide en los picos de Europa, recordé con un respingo que me esperaban, me rescaté como en un puño y volví a la calle a por mi dignidad; toqué el timbre y subí, cuarto piso sin ascensor, me recibió un matrimonio mayor muy agradable con una casa acogedora y llena de luz, ya estaba en el interior y desde ese bello lugar pude ver por la ventana un paisaje completamente distinto

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