No veo nada en especial de regreso al hogar donde crecí hace años, un maltrecho asfalto gris, pequeñas casas protegidas con grandes bardas con una pintura deteriorada, los árboles solitarios en un extraño ambiente de concreto ¿Cuántas veces había pasado por aquí? Cuántas veces jugué en ese lugar cuando era niño, con mis vecinos, usando las calles como patio de juegos. Con curiosidad, miro a las personas pasar, todas desconocidas ahora.

¿Dónde estarán? – la cuestión dura escasos segundos, siento el mismo interés por ellos como al mirar que tanto ha cambiado la mampostería todos estos años, no es que sea insensible. La razón es: solo son recuerdos, ellos dejaron de estar hace mucho para mí, ahora son simples memorias que evocan nostalgia como cualquier situación de hace tiempo que te dejo marcado, algo que te hizo cambiar de alguna forma, lo que aprendiste o sentiste. Como ese viaje familiar cuando eras niño, lleno de emoción a cada momento al ver el inmenso mundo nuevo que ignorabas por completo, las deliciosas comidas que sorprendieron a tu paladar, las horas y horas que jugaste y reíste hasta terminar muerto de cansancio; o distinto, con diferentes emociones, como cuando eras joven, dominado por las hormonas, y realizaste ese excitante viaje con tus amigos, o en otro caso, asististe a esa fiesta libre de toda autoridad, consumiste alcohol por primera vez, fumaste un cigarro de un horrible sabor evitando toser a toda costa para no avergonzarte, sentiste la fresca noche avanzando, con tu cuerpo algo alterado por la bebida, reíste con tus amigos hasta lagrimear, o pasaste la noche en compañía de la persona que te hacia acelerar incontrolablemente el corazón. Seguro que fue memorable.

Sin embargo, ese tiempo ya paso y ahora es nada, si acaso vuelves a esos lugares que consideras preciados solo te pueden evocar una cosa: nostalgia. La experiencia ya se ha esfumado, como el humo llevado por el viento, imposible regresar a como era, se ha diluido con el tiempo, conformando ahora el entremezclado y poco claro pasado.

Entonces, las calles, las casas, el descampado, una pradera, la playa, un edificio, un mercado, un restaurante, una iglesia, los vestigios de una antigua civilización, un lugar hablando en sentido general, ¿ese espacio era especial desde antes o es un valor adquirido? Si caminamos por cualquier parte en este mundo donde alguna persona haya pisado anteriormente, ese lugar, por muy cambiante que haya sido ¿Habrá existido una persona a lo largo del tiempo que lo haya apreciado como nadie? Y si existió esa persona y vuelve a ver aquel lugar que aprecia tanto ¿Lo reconocerá, aunque sea totalmente distinto?

Al final, ese espacio que apreciamos tanto en nuestra memoria dejo de existir al momento de grabarse en nuestro interior, lo llevamos siempre, estamos construidos en base a una compleja arquitectura y diversos paisajes.

Mientras, todos los lugares que observamos son hojas en blanco esperando una existencia, como esa futura casa donde pasaras la mayor parte de tu vida, verás a tu familia crecer y vivirás cientos de experiencias, con el tiempo lo que en un principio eran paredes y un techo hechos de fría piedra adquirirá un valor sin igual, una hermosura que solo tú podrás ver.

Eso es, hay un espacio vacío, que inevitablemente una persona le dará un significado, y esta se encargará de escribir su vivencia, crear una nueva forma, una existencia temporal y grabarla en su alma para luego dejarlo vacío, nuevamente en espera. Eso es, los lugares son nada.

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