Sin intención alguna.

Sin intención alguna.

A punto de vencerse el plazo, Elena miraba por la ventana; trataba de hallar más que una razón, algún pretexto para no cumplir con su palabra, y esperarlo una vez más. Pero seis años eran muchos, y él no había mostrado la determinación de romper definitivamente su relación y comprometerse con ella.

Del otro lado de la ciudad, Margarita colgó las llaves de la puerta, feliz de saber que ese era el comienzo de una nueva vida, allá en el pueblo, con su Teobas. Ella se adelantaría para limpiar la casa y tenerlo todo preparado pa ́cuando él llegara. Después de todo, era tan bueno que hasta había renunciado a esa chamba tan bien pagada «por darle gusto a su Margara» –le decía– , y llevársela a esa pequeña casita en el campo, que tanto añoraba.

En medio del tráfico y parado en un alto, Manuel vio a
 dos hombres acercarse con un arma al coche de adelante y, sin pensarlo, aceleró hasta chocar contra el vehículo. Inmediatamente se puso la luz verde y el auto aceleró a toda prisa. Uno de los hombres corrió hasta él y lo encañonó. Botó el seguro del Toyota para poder subir en la parte de atrás, dejando libre el asiento delantero para su compañero.

Órale pinche Superman, ora la vas a hacer de chofer por andarte metiendo en lo que no te importa –dijo el hombre a su lado, mientras el de atrás mantenía la pistola apuntándole.

—Pisé el acelerador sin darme cuenta –intentó explicar Manuel.

—Cállate cabrón y jálate pa ́ lante.

Manuel sintió el frío del cañón pegado a su cuello y el del sudor que empapaba su frente.

—¿Con que te ibas de viaje güerito? –dijo el delincuente sentado atrás.

Pos ¿que trae? –preguntó el de adelante al voltear y ver el equipaje.

—Buen billete y dos plásticos…y un pasaje de autobús.

—Les doy lo que quieran, llévense también mi coche, pero déjenme ir. Debo llegar a tiempo o perderé a la mujer que amo.

—Ni modo, te metiste y ahora te aguantas, pero no te apures pendejo que si nos lo vas a dar todo…

Elena apagó la luz y cerró la puerta. Había llegado la hora de olvidarlo e iniciar una nueva vida. Al bajar las escaleras, oyó cerrarse el portón de la calle. El corazón le palpitó muy fuerte, hasta descubrir que se trataba de la vecina del 2o, que entraba cargada de bolsas.

—¿Te vas de viaje Elena? –dijo al verla con el equipaje en mano.

—Sí, mi hermana llega en unos días. Ella ocupará mi apartamento.

—Que tengas suerte.

Llovía fuerte. Habían recorrido muchas calles, alejándose del lugar del incidente, hasta que el hombre sentado adelante le indicó que frenara en un cajero.

Órale guey, vámonos pa bajo y apúrate a sacar la lana –dijo el copiloto

Manuel entró al cajero mientras uno lo esperaba afuera 
y el otro al volante. Al salir, vio venir una patrulla que lentamente rondaba la calle. Nervioso y sin pensar más, giró hacia el que lo apuntaba y trató de quitarle el arma. En el forcejeo se escuchó un tiro. Poco después, el asaltante cayó al suelo.

—Ahora sí te llevó la fregada mi Teobas –dijo el cómplice desde el interior del Toyota, para luego arrancar a toda velocidad.

El policía bajó del auto apuntando con su pistola, al ver que Manuel se inclinaba como si quisiera tomar el arma, le disparó.

Manuel miró al policía y se llevó las manos al estómago. Un hilo de sangre salió de su boca. Apenas pudo decir su nombre…Elena. Se derrumbó en medio de un charco lodoso que pronto se tiñó de rojo.

En otro punto de la ciudad, sentada en el autobús, Margarita sonreía agradecida por el bueno de Teobas que pronto la alcanzaría… a su lado, una mujer miraba por la ventanilla,
y mientras una lágrima recorría su mejilla, le dijo adiós a aquél hombre que nunca tuvo la intención de compartir su vida con ella.

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