Susurros del Tiempo.

Susurros del Tiempo.

Ana Gimena

23/01/2019

Llovía. Cada gota caía en ese lugar misterioso y parecía no querer alejarse de aquella esquina única. Quedaban inmóviles formando un lago pequeño, hecho justo a la medida de mascotas y de niños traviesos. Elevar la vista al cielo en ese momento era como perderse en la inmensidad del tiempo y permitir que el presente te acaricie con besos que saben a futuro.

Todas las dimensiones temporales confluían en Fermín Cumilaf y Carlos A. de la Barrera. Erguido, como una lanza hacia el infinito, se presenta el mojón de unos dos metros, en lo alto se observan sendos carteles que contienen estos dos nombres.

Piedra y greda. El agua no penetra en el suelo. ¿Será quizá la silenciosa memoria que remite a los lejanos tiempos en que toda esta zona estaba cubierta por las aguas del océano?

No lo sé. Cada grano minúsculo que hoy nos observa tiene casi tantos años como el planeta mismo. Cada grano minúsculo parece mirar hacia las personas que pasan a su lado, casi sin percatarse de su presencia ni menos aún de su historia.

Tan solo los niños que día a día ingresan al centro educativo ubicado en la intersección de esas calles reparan en aquellas piedras milenarias. Piedras que guardan en su interior risas y llantos infantiles envueltos en el aura que da el siglo de existir y persistir. La escuela es como el gran hogar de toda la comunidad y ya celebró el equivalente a dos Bodas de Oro y prácticamente una de Madera. Ellos mismos, Fermín y Carlos, fueron protagonistas y testigos de los cambios que la zona experimentó. Crecieron, trabajaron y proyectaron al amparo de este paisaje casi silvestre. Varios de los pinos que hoy se mecen majestuosos es probable que hayan sido plantados con sus propias manos, entre risas y conversaciones con entrañables amigos.

Siglo XXI. Siglo de tecnologías casi mágicas. Pero esa calle sigue con las mismas piedras que hace más de 100 años cuando llegaron al lugar aquellos arriesgados hombres y mujeres buscando su lugar en el mundo con la llave que les abría el descubrimiento del oro negro en un ignoto sitio de la vasta Patagonia argentina.

Fermín Cumilaf y Carlos A. de la Barrera cruzan sus manos y entrelazan sus destinos para siempre bajo el cielo austral. Cuando no es la lluvia la invitada a vagar por cada recodo de la calle, que es su hogar, el dueño y señor que derrocha energía y calor, es Febo. De vez en cuando una alfombra blanca, suave y fría te oculta, calle centenaria. Eso sucede cuando la hermosa nieve te cubre como si fuera una cobija que abriga tus secretos más íntimos. ¡Espectáculo increíble!

Por si todo esto fuera poco en tu vida serena de barrio apacible, cada noche se hace presente la inigualable Reina de la Oscuridad, radiante y maravillosa. Es la misma luna de antaño que hoy nos ilumina, con su aura de ilusión y fantasía.

Los tonos ocres del alba comienzan a besar las partes altas de los árboles y los primeros rayos se cuelan entre las ramas para casi caminar entre las piedras.

_ ¡Se escuchan las voces en la escuela!

_ ¡No se parecen a las de hace varias décadas atrás! ¡Cuántas palabras nuevas! ¡No sé que será eso de “internet”!

_ Yo me asombro de la mezcla de acentos dentro del mismo idioma castellano. Antes escuchábamos mucho a alemanes y a polacos. ¿Lo recuerdas?

_ Hasta el año 2003 éramos solo un código, 3312 y 3320.

_ Ya sea un número o un nombre, somos nosotros. Somos esta calle llena de historia en este barrio, donde cada noche los sueños vuelan, cual altivas gaviotas. Recorren la costa y buscan alimento pero, al mismo tiempo, disfrutan del viaje, observan, se pierden en el horizonte y regresan con nuevos desafíos a emprender.

El sonido de un colectivo desvanece la magia del diálogo. A 100 metros se ubica la parada más cercana. Cada dos horas el motor del coche parece detenerse mientras suben o bajan pasajeros. Un murmullo de saludos se desvanece en el aire. Pocos son los vehículos que pasan por allí.

La música que deleita las almas es la más pura: la Naturaleza, Directora de una orquesta sin igual. El Viento es alma mater, ruge, ronronea, silba o canta con voz de tenor. Búhos y lechuzas conforman el majestuoso coro. Matas y pastos son las manos mágicas que tocan, en un piano invisible, desafiantes melodías.

Fermín Cumilaf y Carlos A. de la Barrera no conocen la soledad. Atesoran recuerdos maravillosos. En este lugar el silencio puede imaginar y hablar mientras que el tiempo puede regresar y susurrarte historias increíbles.

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