Crónicas de una caminante solitaria

Crónicas de una caminante solitaria

Gabrielle Reyes

14/01/2019

Aquí estamos otra vez, tengo los audífonos a todo volumen y mientras suena la guitarra camino, aislada del ruido, de la gente, del mundo; y llego a aquella calle como de costumbre. Esa calle llena de movimiento y rostros extraños.

Me detengo ante el semáforo en rojo y la música se detiene, ese día agradezco a mi memoria haber olvidado cargar la batería, guarde los audífonos y cruce la calle. Miles de sonidos comenzaron a inundar mis oídos, por primera vez en mucho tiempo estaba viviendo esa calle que mis pasos conocían de memoria en toda su riqueza.

Todos los colores ardientes de aquella feria me llamaron, artesanías, dibujos en spray, miles de tejidos a mano y telas de colores, más allá se escuchaba a ese hombre haciendo bailar su marioneta de madera, con una radio y un micro, esperando que toda la gente que lo rodeaba disfrutara de su arte.

Seguí caminando por ese suelo de piedra gris, podía sentir todos los olores, el olor de aquellos sanguches de lechón y mostaza, el olor de la pizza recién hecha y de ese café.

Se oían conversaciones fugaces y una que otra carcajada de aquel grupo de amigos que paseaban contando chistes. Por primera vez no se sentía molesta la verborrea de los vendedores ambulantes que se acercaban amablemente con algún piropo creativo y una sonrisa.

Las sombras del atardecer dibujaban aún más el sentido de la calle y las de los edificios que cobraban vida con las luces de sus marquesinas, se veía al final de la calle la sombra imponente de la catedral y los arcos que la rodean.

De repente oigo el rasgueo de una guitarra que canta una canción que ya conozco, me detengo a escuchar al hombre de chaqueta negra y sombrero. El espectáculo se hace mas grande cuando se le une el tipo del cajón y la chica del ukelele, los tres conocían bien la canción y bajo las luces de los postes me recordaron el porque elegí desde un principio esa calle, antes de que se volviera rutinaria, me recordaron que la calle Mercaderes nunca es la misma, siempre va acompañada de un sabor nuevo y una melodía distinta que combina con el color del cielo y hace bailar las sombras del sillar.

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