La ignorancia de lo naturalizado

La ignorancia de lo naturalizado

Delfii Oscariz

10/01/2019

Salgo a la calle. Voy para la parada del colectivo. Cuando viene lo tomo, saco el boleto correspondiente y después me siento en los asientos del medio. A las siguientes dos paradas sube un hombre, que era un vendedor. Brevemente da una explicación de la necesidad de su accionar y un poco su vida. Comienza a ofrecer el productor. Hay pocas personas que le compran, otras lo ignoran. Termina, agradece y se baja del colectivo. Llego a la estación. Me bajo y me dirijo a tomar el tren. Espero unos minutos. En el transcurso de esos minutos miro a una mujer sentada con dos chiquitos al lado. La mujer, con ropa sucia al igual que su cabello, extendía su mano a pedido de un poco de plata para ella y sus niños. Los niños, en las mimas condiciones de suciedad, jugando entre ellos. Poniendo en escena su inocencia. Pasaba lo mismo que en el colectivo. No, aun peor. Se multiplicó la cantidad de gente que la ignoraba y restaban aquellas que le daban algo. Se acerca el tren. Una vez que paró ingreso a él. Tengo que pasar cuatro estaciones para llegar a mi destino. Aparece un vendedor, hace la misma acción que el primero, a tras de él otro mas y así cuento como seis. Agregando a las personas, al igual que la señora, pedían una colaboración para sus familias. La reacción es siempre la misma y hasta se escucha los murmullos de las personas que se quejan. Bajo en mi destino y salgo de la estación. Al caminar me encuentro una odisea de gente durmiendo en las veredas, otras en la plazas. Hombres que hablaban dentro de sus «casa» fabricadas con cartón que parecían que se estaban a punto de caer. De nuevo me encuentro el mismo y exactamente resultado de la gente, la ignorancia. Pasan por al lado sin prestarles atención y siguen caminando como si esa situación no existiera. Sus presencias se han convertido en ausencia. Esa ignorancia se ha transformado en una naturalización que rodea a la sociedad. Se naturaliza la condición de las personas que viven en la calle. El sistema es tan complejo que un acto de bondad nos resulta extraño mientras que un acto aberrante lo incorporamos como «normal».

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