Ahí estaba él, en un hospital cualquiera, en un barrio cualquiera, recién levantado de una operación, se miró en el reflejo de su móvil, observó su barbilla y la parte izquierda de su cara carbonizada, nunca olvidaría aquel incendio en aquel bar.

Su vida prosiguió tranquila, en su colegio se metían con el aún más de lo que ya se habían metido, él siempre recuerda las palabras de su amigo Lucas un chico que vive en la calle y que se alimenta de lo poco que consigue con la limosna.

Lucas siempre le comenta: «Sonríe a la vida Alex», son amigos desde siempre, a sus quince años Lucas no da credito a seguir vivo, ninguna familia le quiere y le echaron del orfanato a temprana edad, y ahora su mejor amigo después de un catastrófico accidente lleva siempre un pañuelo para ocultar su cara, su dolor, su tristeza, su ira, sus sentimientos.

Alex siente odio hacia la gente de aquel bar, hacía los bomberos, hacía su padre y su madre, hacía su colegio por no hacer nada, hacía su barrio por implantar en la sociedad esa invisible pero letal ley del más fuerte, él es fuerte todo lo fuerte que se puede ser con quince años, destruido por dentro, quiere expresar su rabia, no quiere acabar como el padre de Lucas pegándose un tiro en la cabeza, no lo permitiría.

Están en el banco de siempre, sonriendo, almenos eso se intuye ya que Alex no permite ver su sonrisa, Lucas le da un abrazo a su amigo, sabe que es duro para él, pero quiere ver su rostro, suavemente Alex deja caer su pañuelo, Lucas ve en lo que se ha convertido su amigo, se le escapa un:

-Ves, sigues siendo el mismo, tu colegio te ha golpeado, la calle te ha insultado, las llamas te han devorado, pero tu, sigues con esa sonrisa en la cara.

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