Todos los días una porquería, cargando la pipa, sentado en una silla, mirando la ventana, los edificios, la basura; mi hermano quedó ciego, no pudo ver el celular mientras lo llamaba, no pudo contestarme, no volví a escuchar su voz, se perdió entre lo que pensaba, en él. ¿No sé quién esté aquí él o yo? Son mis ojos los que miran, mis pulmones los que respiran, soy yo quien está perdido buscando el camino; él es parte del aire, del humo que inhalo, es una alucinación sin rostro, un rostro sin cuerpo que solo existe en recuerdos, contaminados por el dolor de su desaparición, de su verdadero nacimiento, hoy no comprendido debido a la ignorancia que provoca sentir. ¡Creer que estamos vivos! Qué ironía. Sentir dolor provocado hoy para estar vivo, mañana estar en un hospital, caminando entre cuerpos que se encuentran apunto de expulsar sus almas al respirar, esta es la atmósfera del lugar; potentes son los suspiros para no dejar escapar su vida por parte de algunos, otros quedan en el camino, son libres, hay las enfermeras reaccionan, llaman al doctor, cuando sucede lo sabido hace días. La hora de defunción no importa, no cambia la situación. Las aves se detienen al caminar, se dejan observar antes de volar. La ciudad imaginaria sintió mis pasos, los suyos, los de ellos, camino al cementerio. Sus manos se encalambraron, no logró mover los dedos libremente, la dificultad para escribir, para sostener el esfero, hizo que se comiera sus letras, que se envenenara con ellas, cavó el hueco antes de morir, eligió el vestido negro que otros usarían en su funeral. Mientras tanto yo, miraba las horas pasar, sin compañía, saturado de falsa vida, y del discurso elocuente de un paciente psiquiátrico, el cual soy yo.

Por aquellos días el modo de vida cambiaba a paso apresurado, la tecnológia invadió el mundo en un segundo, y todo lo existente empezó a ser obsoleto. Como una rueda, una tautología, otra transvaloración ocurría, muchos en ella nacerían y como normal la realidad futura aceptarían, siendo cómplices del gran homicida regalando sus vidas a la fantasía de la distopia; yo en las calles me hundiría y Con el tiempo comprendería que ser yo significa más que tener este rostro, que poseer un nombre, solo es estar identificado, ser otro en una lista, en un censo, en el sistema. ¡Qué ironía! Empecé a sentirme vacío, sin nunca haber estado lleno. Los días eran compuestos de días, y la monotonía hambrienta buscaba cocinarme vivo, prendiéndome y apagan dome al compás del televisor, sentando en la misma silla, realizando los mismos oficios todos los días. Deseando mentiras a largo plazo para olvidar la realidad inmediata. solo sabiendo que nos crean sueños, y pesadillas, vendiéndonos un dios y un ideal de sumisión pegado a este. busque compañía, busque maquillar el vacío entre rizas y alaridos de felicidad, de hipocresía. Fingir resulto fácil, pues todos lo hacen, hasta los más alegres llevan partes de otros en las manos, escondiendo el interior arruinamos nuestra esencia, nuestro ello. Queriendo vivir, malviví todos los segundos de una existencia no definida, de una existencia ajena, de un show en el que nuestros números no fueron incluidos en las funciones principales, dejándonos de últimas en una larga fila, que antes que yo naciera ni a la mita había llegado y han nacido más payasos, con esa cola serán mis huesos los que suban al escenario. Mientras tanto, yo que esperaba en un parque, en un salón, en una biblioteca, en un libro, me encontré conmigo y con otros que miraban el reloj revisando cuanto tiempo les faltaba para ser llamados al escenario, a la función. Las hojas se empezaron a volver amarillas con los días, mis diarios en cuadernos viejos se convirtieron. El olvido se empezó a llevar mis letras, el agua también, se mojaron mis días, se mojaron mis recuerdos, desaparecieron, se convirtieron en vómito, se quedaron en un balde que guarde bajo la cama, para dejar toda la tristeza que me bebía en el alcohol, que el sistema me inyectaba, que mis años de miseria han grabado en las ojeras que cubren mis ojos huecos. Mi boca sin dientes también es un reflejo sin espejo de esta realidad oscura que me encontré entre los dedos, en el humo, entre unas piernas, en la monotonía madre de las almas sin vida, madre mía.

Huyendo de mi mamá que me quiere comer asado junto con millones de mis hermanos he cambiado algunas cosas de mi vida. Ya no tengo el balde para vomitar, no tengo cama, duermo en la calles, en los hoteles, donde sea. Soy un nómada en la selva de sementó, pero hasta allí esta fulana a mí me ha perseguido, con su pretexto de darme abrigo, escondiendo su intención de comerme vivo. Con migo no pudo, hoy estoy seguro de haberle ganado, mirando hacia abajo sé que no voy para ningún lado, en el cielo no me he aferrado, pues desde joven ateo me he declarado, por ello miedo de preparar mi veneno, escribiendo estas letras en algunos poemas no me ha dado, y en un costal desde hace unos años los llevo empacados, esperando el día de mi nacimiento, de mi fallecimiento, el día del rencuentro, del gran show, de su reaparición, para poder leérselos a ella y a mi hermano.

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