Raimundo Fernández Villaverde, es un señor con nombre y apellidos, un político con estudios y doctorado del bueno que se sitúa entre mi pasado y el presente. Desde la puerta de casa casi se vislumbra en la lejanía la ulterior. Muchos recuerdos que ocurrieron mezclados con nuevos que se agregan a la memoria al momento y los sitúa entre los mejores. No te imaginas subiendo las escaleras del otro edificio con su angosto ascensor o transportando a pulso el carro amarrado entre las manos… con un bebe sonriendo que encima le gustan los meneos.
Imaginas las risas y los sudores, mientras masticas el pan de Miga antes de entrar al portal y su magnífica rampa poco pronunciada. Sonríes aliviado deslizándote sobre el mármol. Chamberí al otro lado se despide con la mano, la distancia de un mirada larga es suficiente para estar en Tetuán. La arteria parte de la historia de la Real Academia de la Lengua, separa ambos mundos compartiendo un mismo metro. Diecisiete números más en el código postal son quizás demasiados buzones para tan poco pasos.
Las plantas se mudaron bajo la atenta mirada de la luna muchas noches después del trabajo. Ayudar a moverse a los que no pueden pero sobrevivieron al infierno de la azotea… caminan aliviadas con la llegada de un nuevo oasis que facilitará el aporte necesario de agua. Ahora crecen felices bajo techo pero al aire, comen el sol suficiente como para tener un desarrollo excelente pero sin insolarse en el asfalto desde la mañana al ocaso. Un único éxodo en búsqueda de la salvación, con cuatro cebras en una zeta perfecta, impares por pares… un número más fácil que recordar sin resultar centena.
Diez años contra uno parece injusto pero pierden por paliza. Es increíble que se pueda densificar tantos buenos recuerdos en tan breve plazo. Pero cuando la mayoría de ellos llevan la etiqueta de primera vez anotada en el reverso de la ropa, sucede que pronto colapsan las victorias y derrotas del anterior hogar. Centro de salud diferente equidistantemente localizados de la puerta del paraíso. La calidad de sus médicos totalmente diferente, tuvimos que escoger la elección del más idóneo en el anterior. No por nostalgia sino por necesidad, cuando encuentras un pediatra que le gusta su trabajo, es de cuidar y preservar.
Un mercado de abastos como un monstruo que devora lo que fue pero ya no es. Las maravillas son un Edén mágico para un cocinero. Muchos puestos con los que jugar a las finanzas del ahorro, lo que no tiene uno… lo tiene el otro, saltando entre las pescaderías igual que un salmonete fresco, picando aquí y allí lo que debería ser un sueño. El antiguo del barrio se muere entre espasmos, cada día un puesto menos y un hueco más, lo moderno huyendo de los laberintos y la luz fluorescente porque la mayoría de las tiendas tienen aparte de todo, grandes ventanales. Cuando se busca algo especial hay que cazarlo en un sitio más idóneo, aunque la torre del Corte Ingles contiene los universos en un solo sitio.
Multiverso al precio de cuarto de alma. Einstein hubiese sido feliz calculando la vaguería de la gente que gasta el tiempo entre cinco ascensores en vez de escoger la escalera mecánica. El tiempo transcurre entre vehículos y motos. Paredes de goma azul delimitan los carriles de los glóbulos blancos y franjas rojas con luces verdes que acuden rápidos a solucionar cualquier problema y los grandes azules que transportan la vida de sus pasajeros en el trasegar de la cabeza a sus destinos y vuelta. Claudia sonríe mientras escucha al mundo desplazarse sobre ruedas, los autobuses nuevos son como suspiros eléctricos, el viento suena cuando son de gas.
Un año y todo cambia, se acumulan muchas más cosas incluso varios kilos, debe de ser por la felicidad y haber demolido las rutinas destructivas que te robaban energía. Ahora en el mismo sofá que antes pero con la tele más alejada te relajas sin apilarte ni notar que nadie iba a comerte engulléndote sin ofrecer ninguna posibilidad de escape. Sin rastro de ventanas que den la calle, cuando no se ve el sol ni la luna si no sus huellas y claridad, todo se vuelve más oscuro y triste, cual jaula abandonada en el trastero donde la vida prosigue porque es un ecosistema cerrado, sin posibilidad de huir a pesar de no tener una soga al cuello, pero sin otro medio de remediarlo. Llega a ser tan irónico como tener un buen cuchillo a mano y ninguna vena que cortarse.
Suena un llanto, tardas un tiempo en llegar a comprobar si sigue durmiendo, se obtienen sentidos agudizados cuando tu compañero de piso no puede expresarse más que con el paquete básico. A finales del mes pasado no conocía más que un llanto que no usaba salvo en ocasiones extraordinarias, después de visitar la guardería ya tiene más de cinco registros que utiliza con sabiduría hasta para hacer chantaje. Los días siguen cayéndose al suelo al principio de un invierno todavía incipiente. Una buena temporada sin duda, las prioridades cambian tanto como pañales se han manchado.
Raimundo que sin duda es más corto el nombre que su recorrido. Sigue vistiendo nuestras vidas con sus latidos, separando las fiestas y borracheras zigzagueantes de las noches de guardia y parques de infancia, mediante una trinchera humeante en mitad de la guerra, pero sin soledad, ni tristeza, con mis macetas a salvo y mi familia también, con garaje en el sotano y ya puestos supermercado abajo. Con cuarto de basuras donde reciclar cualquier día de la semana sin importar el distrito donde un día es en uno y al siguiente en el otro a pesar de ser una línea recta. Con mucha más luz y la gloria de tener dos baños con bañera. Una cocina como cuatro de la anterior con dos neveras y mucho espacio para emplatar y donde los electrodomésticos son perennes. Del pasado se viene, pero vives en la realidad.
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