La felicidad no se puede medir. Y tiene una explicación muy sencilla, no te das cuenta de lo feliz que eres hasta que la felicidad pasa.
Pues bien, yo de niño era feliz, no diré eso de “mi vida fue distinta…” o “la vida quiso darme una lección…” “no vengo de una familia ideal…” ni nada de eso. Yo fui un niño Feliz y no es para menos, de casualidad crecí rodeado de Premios Nobel. Marie Curie, Miguel Ángel Asturias, Alexis Carrel, Ernest Hemingway, Yanusari Kwabata, George Pire, Severo Ochoa y así, como también de casualidad, vivía en Luigi Pirandello. Calles que eran igualmente ilustres pero que hoy en día recuerdo como “la calle del colegio” “la calle de las trillizas” “la calle de la iglesia” o “la calle de la cabina”
Estirando mis huesos entre estos personajes parece que la felicidad debía estar garantizada, aunque supongo que no todos fueron como yo.
Es cierto que no parecía haber hueco entre tanto genio para pasarlo mal. Bajar de una calle a otra directamente por las farolas, jugar al escondite tomando al barrio como escenario límite e incluso un poco más allá.
Un quinto piso sin ascensor no suponía una barrera para mi sonrisa y los sábados era un lujo para cualquiera de nosotros. Era el día en que recorríamos barrancos lanzando nuestros cuerpos al agua sucia de los estanques y aljibes en busca de renacuajos, ranas y demás bichos. Que por cierto, metíamos en bolsas de plástico y las llevábamos a casa, a escondidas claro está.
Calles aún sin el abrigo del asfalto de hoy en día y supermercados casi en cada esquina. Supermercados con nombre propio, El supermercado de Luis, La farmacia de arriba y La farmacia de abajo, La dulcería de Melita, La panadería y hasta la tienda de ropa de Esperancita.
El olor intenso a tierra mojada en días de lluvia, pocos al año eso sí, pero días de lluvia. Recuerdo que ésos días cambiábamos los juegos de siempre por unos más sosegados que nos mantenían cerca de casa y por cerca, me refiero a no salir del barrio.
Recorríamos laderas dónde buscábamos sin remilgos auténticos tesoros, aquello que las familias tiraban queriendo o sin querer por el balcón o ventanas. Le llamábamos “ir a encontrar cosas”. Las mismas laderas que recorríamos en grupo buscando maderas, cajas y materiales que alimentaban el estómago de las hogueras de San Juan. Calles donde la totalidad era un grupo, donde todo pertenecía a todos, y en las cuáles no éramos nadie si alguien faltaba.
Si un sábado la media mañana se alargaba, cogíamos tunos indios y desayunábamos al natural enseñando nuestras lenguas moradas a cualquier adulto, fuese un premio nobel o no.
Algunos pagábamos la factura, algún que otro doloroso pinchazo con las púas de la fruta.
Calles, que en silencio perdonaban nuestras deudas y que parecían devolvernos el eco de nuestras travesuras con otro silencio, que nos invitaba a salir cuando todos estábamos en casa.
Si, Los Premios Nobel no podían estar sin nosotros. Nos necesitaban, querían marcha, jolgorio, urgían de nuestro alboroto, del desorden de nuestros gritos y de cualquier chiquillo que quisiera divertirse un rato al aire libre.
Ahora que lo pienso, de la calle principal, Severo Ochoa, que serpenteaba en una pendiente endiablada, salían ramales de premios nobel que se retorcían en un desorden uniéndose unas con otras como raíces de un mismo árbol. Luigi Pirandello con Thomas Mann, éste con Anatole France y éste con Rabrindanath Tagoreh y así, ¿quién se aburre?
Juegos extraños que hoy en día asombrarían a cualquiera y que el único lugar donde se podían llevar a cabo, era la calle y en compañía de los amigos.
Hoy en día, sigo sin olvidarme de mis calles, de lo que hacíamos en ellas, y de quienes lo hacíamos, es normal ¿no? ¿Quién iba a olvidar que creció rodeado de tanto talento?
Ahora vivo entre nombres también ilustres, marinos, capitanes y almirantes de postín, pero ¿qué quieren que les diga? No es lo mismo. Bueno, no me hagan mucho caso, puede que lo que esté pasando es, que realmente estoy resentido porque mis huesos dejaron de crecer hace ya mucho y que mis travesuras ya no son las mismas al salir a la calle. O puede que eche de menos a Curie, Pirandello y los demás, es normal ¿no? crecí entre ellos, los Premios Nobel, menuda panda.
Creo que mi sonrisa ha vuelto, ¿qué habrá sido de Marie? Les dejo, Tengo que regresar.
A todos los que tuvieron infancia, feliz o no.
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