La calle está sucia de pensamientos y falta de empatía. La gente repta por la misma, subida encima de su propia burbuja de hedonismo, cubiertos por una capa de ofensa desmedida y vanidad. La mayoría son miembros de la religión del «solo importo yo, mi opinión, y los demás están equivocados». Y no es su culpa, es de las ventas, pues el mercado ha sido nuestro auténtico maestro.
Yo me sumerjo en ese mar, intoxicado de verde, metal y equivocadas prioridades, y camino por la urbe sin miedo, con la sonrisa propia de quien va al encuentro de lo que más ama.
La encuentro entre un bosque de cabezas anónimas, mirando un escaparate de una tienda que vende supuesta confianza intima. En el mismo muy cortas prendas, adornadas con descarados encajes, nos saludan. Pero no son ellas las que principalmente acaparan la mirada de mi futura acompañante. Principalmente ella mira a las inmóviles mujeres que nos contemplan semi-desnudas, vestidas con falsas miradas seductoras, a través del brillo del papel de fotografía, las capas de maquillaje, y los retoques informáticos. Observo que ella se fija en sus cuerpos que el canon social ha dictado por ley que deben ser el deseable para todo el mundo (Art.23.3 sección D: …y las mujeres tendrán que disponer de un cuerpo 90-60-90, siendo el de los hombres musculado con seis protuberancias en el abdomen, ambos cuerpos sin marca de vello salvo en la cabeza. Si no lo disponen tendrán que invertir una gran parte de su presupuesto y tiempo en adquirirlo. De no ser así incurrirán en falta, siendo aplicado la pena de rechazo social…).
La observo sin comprender su mezcla de culpabilidad, envidia, y baja auto-estima. Mi sorpresa viene sobretodo porque es evidente que ella es la mujer más guapa del mundo, y ni siquiera me planteo si a través de otros ojos también lo es o deja de serlo, ni tampoco me importa la verdad, simplemente a través de los míos lo es.
—Hola, señorita —digo con una sonrisa.
—Hola, perdona —dice tardando un tanto demasiado a apartar la mirada de las compañeras del escaparate.
—Nada, vamos a cenar o prefieres irte con ellas.
—Creo que paso de cenar.
—¿Y eso?
—¿Tu me has visto?
—Por supuesto, no podría no hacerlo aunque quisiera.
—Ya… Ni a ellas.
—Ellas pueden atrapar el interés de un hombre, durante un momento —digo ojeándolas brevemente, y volviendo de forma desinteresada mi mirada a su legítima dueña—, ese momento no tiene un tiempo establecido, pero se acabará, y nunca tendrán nada más que eso, pues hasta su recuerdo desaparecerá en un tiempo récord… La belleza de una mujer no depende de algo tan efímero como su cuerpo, ni tan siquiera dentro de las sábanas. La belleza de una mujer está en sus ojos, y no me refiero al color del iris, sino a lo que hay detrás de ellos. No está en sus labios, sino en lo que sale de ellos. No está en su cara, sino en sus gestos. No en su barriga, sino en sus (a)brazos. No en sus pechos, sino en lo que late detrás.
Ellos: mirada, voz, gestos, corazón… Son los que de verdad aceleran el pulso de los demás, y estos se graban a fuego no desapareciendo nunca de la memoria.
Miras con envidia a gente que quizá nunca sepa lo que es atraer a un hombre (o mujer) de verdad. Gente vacía que tiene que buscar el enorme hueco de sus corazones en sustancias evasoras o, en algunos desafortunados casos, en el fondo de una bañera tintada con el color rojo que desprenden sus muñecas abiertas, víctimas de un mundo de codicia que nos ha enseñado mal lo que de verdad importa…
Olvídalas y regálame una sonrisa, por favor, que mi pulso desea ser acelerado de nuevo, y no veo nada más a mi alrededor que pueda conseguirlo… —Tras un suave beso prosigo— Y ahora mismo nos vamos a comernos la hamburguesa más grande que encontremos acompañada de una enorme fuente de patatas fritas, que lo único que quiero ver con lencería de encaje es a tu mirada, feliz, y atada a la mía.
[…]
Somos personas, no cuerpos. Ojalá pudiera invertir todo el dinero que tengo para que los seres que amo aprendieran esa lección… Que se queden mi dinero aquellos que para obtenerlo nos han mentido, no lo quiero, pues para su impotencia he descubierto que las cosas que realmente tienen valor no se compran con dinero. Incluso en la intimidad las más excitantes no se pueden adquirir en ningún establecimiento. Y si no me creéis haced la prueba. Probad la suave piel que hay en el pliegue del codo de vuestra pareja. Encadenad los ojos de la misma con vuestra mirada. Respirad su aroma exclusivo y único, sobretodo el que desprende su mente. Conoced, apreciad, entended, entregad, recibid, disfrutad, convirtiendo el veneno del yo, en la salud del tu; la ofensa, en comunión; el cuerpo, en palabras… Y os prometo que las fotografías de los escaparates y las paradas de autobús os mirarán con envidia.
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