Luis había decidido convertirse en ciclista urbano. Por supuesto, el bombardeo propagandístico de todas las cadenas de televisión, radios, prensa y demás, asegurando que los coches eran claramente perjudiciales para el medio ambiente, que el planeta iba a convertirse en una antorcha si esto seguía así, lo habían convencido. Pero no era solo eso, el recuerdo de una mala experiencia que tuvo en los tiempos en que iba en su coche a trabajar, le hacía enrojecer de vergüenza.

Ese día, hace ya meses, se levantó, tras una noche de insomnio. No tenía hambre, pero pensó que había que comer algo para calmar su alborotado estómago. Se preparó un café, unos huevos con jamón y una lata de judías blancas Heinz. Se lo comió todo deprisa y corriendo y fue a buscar su coche al garaje. En medio del camino a la oficina sintió en su tripa que las judías estaban fermentando a velocidad sobrenatural. Sintió una fuerte presión sobre su bajo vientre. Como estaba solo en su coche, liberó el nauseabundo gas que lo oprimía. Buff, que alivio. Pero, ¡ay!, unos cientos de metros más allá, en la parada del autobús, distinguió a Susana, la chica más maciza de la oficina, a la que llevaba tirando los tejos desde hacía días, que lo miraba con amplia sonrisa mientras hacía un claro gesto pidiéndole que parara el coche y que la invitara a subir para ir al trabajo.

Fue inenarrable. Abrió la ventanilla, pero fue inútil. El gesto de la chica al subir al coche no es para describirlo con palabras. Él, nunca más se atrevió a mirar a Susana a los ojos.

Por eso, desde entonces, va al trabajo en bicicleta. Le gusta ir por el centro de las calle, para evitar que la gente que abre la portezuela de sus coches sin mirar lo golpeara, como ya pasó en una ocasión. En una de esas calles, siente un coche detrás de él. No se aparta. El coche toca el claxon, pero Luis sigue a su aire. El coche toca otra vez el claxon, no una, sino varias veces. Luis, que es muy excitable, para, se baja de la bicicleta, toma la bomba de aire blandiéndola con gesto agresivo y se dirige amenazador hacia el coche gritando desagradables improperios, justo a tiempo de distinguir la asustada cara de su Director sentado al volante.

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